En defensa del Arzobispo
Con gran pena y consternación venimos leyendo en la prensa las furibundas reacciones en contra de los nuevos nombramientos realizados por el señor arzobispo y las venenosas cartas, escritas algunas por ¡catequistas! Entendemos que todo proceso de cambio es doloroso y que nos gustaría que ciertas cosas permanecieran siempre igual. Sin embargo, de ahí a la falta de respeto y el insulto nada más y nada menos que a un obispo, sucesor de los apóstoles, es ir demasiado lejos en la defensa encarnizada de una persona. No vendría mal recordar que quien nos convoca y nos reúne en la iglesia es Jesucristo, no el cura de turno, por muy guay que éste sea. La Iglesia no es una democracia sino un cuerpo cuya cabeza es Jesucristo, que delega en las apóstoles y sus sucesores, los obispos. Estoy convencida que las decisiones que ha tomado don Jesús no son arbitrarias sino que responden a un criterio, con el que podemos estar de acuerdo o no. Pero aunque no nos guste, lo que debemos hacer es aceptar la decisión, despedir al sacerdote que se va con todo el cariño y recibir al nuevo pastor con los brazos abiertos, recordando siempre que no es a él a quien seguimos, sino al verdadero pastor, Jesucristo.
En nuestra parroquia de San Francisco de Asís se nos va don Manuel. Que nadie piense que si no ha habido protestas incendiarias reclamando su permanencia es porque sea un mal sacerdote (como se dijo el año pasado del nuevo párroco de San Juan en el bochornoso escándalo que se montó con su traslado). Al contrario: don Manuel es un excelente sacerdote al que nunca hemos visto hacer un mal gesto o decir una mala palabra; siempre ha sido sencillo y llano con todo el mundo y le echaremos mucho de menos. Pero el Espíritu Santo ha decidido que se le necesita en otro sitio y rezaremos por él para que allí siga cumpliendo su vocación de entrega a Cristo en los demás y la misión que le ha sido conferida.
Hemos leído que en algunas parroquias cuyos sacerdotes han sido trasladados ha bajado la asistencia a misa. Queremos suponer que han cambiado a otras iglesias y no que han dejado de asistir a misa. Sería muy triste que su fe se basase en determinadas personas y no en la roca sobre quien debe apoyarse, Jesucristo.
Por favor, catequistas y feligreses en general, tengan un poco de caridad y humildad y no se dejen llevar tanto por los personalismos, nadie es tan imprescindible. Citando a San Pablo: «Cada uno de vosotros anda diciendo: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo?» (1 Cor. 1, 12-13).
Que la belleza de la voz no nos haga olvidarnos de la palabra.
Rita María Jiménez Carvajal y tres firmas más
Oviedo
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