Los hombres que no amaban los árboles
Ya no volverán a dar sombra.
Siempre recordaré la imagen cromática que en días de estío hacían prodigar sombras multiformes seis fresnos, y un abeto, y un ciprés.
Vivían en Lieres, junto a la iglesia, desde hace más de tres décadas.
Vivían. Tiempo pasado. Porque a principios del mes de junio sufren una tala a media altura, lo que muchos llaman «desmochar».
Tras esta barbaridad cometida fuera del ciclo natural, ahora se talan a un metro mal contado. Imagino que dejar el tallo a esa altura será para no doblar la espalda.
Comienzo a no reconocer bien este pueblo. La indiferencia de quienes atacan el patrimonio que nos rodea es algo preocupante, o debería...
No sé quiénes son los responsables. No me importa. Porque a mí me importaban los árboles, aquellos que protegían y daban sombra. Y vida. En silencio.
La afición de quebrar y romper de quienes se asemejan a la polilla queda patente en estos actos.
Quiero condenar esta fechoría públicamente, y pido respeto para los bienes que forman parte del paisaje de nuestros pueblos.
Los artistas de esta maniobra pasarán con indiferencia junto al otrora conjunto de árboles. Pero serán cómplices de esa maniobra. Son unos tristes. Serán unos tristes.
Hay dos tejos centenarios junto al mismo lugar, y también generan broza, ramas, hojas secas, cortezas... tal vez deberían ser tratados por igual, siguiendo la tala de sus compañeros...
A fin de cuentas, estoy convencido de que muchas veces los árboles son una pesadilla para algunos.
Ejemplo deberían de tomar del maderista de la parroquia, Eliseo, quien con la sabiduría ancestral permite un crecimiento sostenible de nuestro entorno.
Ojalá sea ésta la última página lamentable de la intrahistoria de mi pueblo.
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