Luis García, sacerdote santo
Ha pasado a la Casa del Padre, en la Casa Sacerdotal, don Luis, párroco jubilado y capellán de las Siervas de la Caridad, nacido en Navelgas, dejando un hueco en su familia natural, en su familia sacerdotal y en su amplia familia de feligreses, hermanas religiosas y amigos a quienes ha servido con su oración, palabra y testimonio. He sido condiscípulo desde los 11 a los 20 años, una etapa de la vida en la que el corazón está lleno de ilusiones y se abre a compartir altos ideales. En su curso había un grupo de alumnos brillantes, entre ellos Luis, a los que los demás admirábamos. Como alumno destacaba por su piedad, trabajo y humildad. Le vimos llorar amargamente, a los 16 años, por la muerte de su madre; detrás de un sacerdote santo hay una madre santa.
Siguió la llamada de Jesús: «Si quieres ser perfecto..., ven y sígueme», y lo hizo con total fidelidad. En el Seminario se leía y comentaba el libro «Camino» y en el Vaticano II se destacó la vocación de santidad de todos los cristianos; don Luis cumplió esa aspiración a la santidad por el camino de la prelatura de la Santa Cruz del Opus Dei: oración, estudio, palabra y testimonio.
Nos volvimos a encontrar en la preparación de un grupo de niños a los que dio la primera comunión. Un día me preguntó cuántos hijos tenía; le respondí que tres, y me dijo: el cuarto puede ser el llamado por Dios al sacerdocio, respuesta que me hizo pensar, nunca la olvidaré. Animaba a todos a la oración de gratitud por el don de la vida y de la fe.
Como alumno egregio, fue un gran estudioso de la liturgia, que está al servicio de la Palabra de Dios; con el uso del castellano en la liturgia, estudió y publicó en «Memoriae Ecclesiae» cientos de palabras y expresiones latinas que, al traducirlas al castellano, estaban mal interpretadas y perdían, en todo o en parte, el contenido y el sentido de la expresión latina.
La Iglesia necesita sacerdotes que llenen el hueco dejado por don Luis y hagan presente al Señor en la consagración en numerosas iglesias de Asturias, pero sacerdotes santos que con su oración, palabra y testimonio anuncien el Evangelio y la esperanza de salvación del hombre: «Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá». No digo que don Luis vivirá en la memoria de quienes le recordamos con gratitud y nos hemos beneficiado de su palabra y testimonio, pues tendría una fecha limitada de caducidad. A don Luis Dios le ha acogido en el reino de los Cielos, para una vida perpetua, por su profunda fe, esperanza y caridad, probadas con su vida, y contempla ya a Dios «como es en realidad», lo que nos sirve de consuelo. Descansa en la paz del Señor.
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