La grandeza de Mari la del Molinón
Sospechaba que estabas muy malina porque cuando el sábado antes del Carmen pasé a verte tu hijo, Angelín, me sugirió que esperara que pasaran las fiestas porque andabas algo agobiada. A Ángel padre también lo encontré más decaído. Ahora sé que no me lo dijeron todo.
Cuando Argentina me llamó el viernes por la mañana sentí que la historia se repetía y reviví el día que tú me llamaste para darme la noticia de la muerte de Mariluz y su hijo. La reacción fue la misma, empecé a llorar a gritos y todos los recuerdos vividos juntas pasaron por mi cabeza. Desde nuestra querida y humilde escuelina de Moal hasta los días que todos los veranos nos dedicábamos las tres y de los que disfrutamos tanto. Un día al año para nosotras, nuestros recuerdos, nuestros sueños y nuestras esperanzas. Nunca hicimos un balance negativo, eso a tu lado era imposible.
Siempre te admiré, pero sobre todo en la manera de afrontar y llevar la enfermedad. Nunca te vi tirar la toalla. Pienso que a veces te hacías la «fuerte» para no hacer sufrir a tus personas queridas. Eso sólo lo puede hacer una persona grande como tú.
Mari, toda tú eras grande. Grande en estatura y grande tu mirada. Pero aún era mayor tu grandeza de alma que regalaba generosidad y comprensión para todos. Grande también en inteligencia, a veces disimulada con una gran humildad. Y qué decir de tu inmensa capacidad de trabajo que hizo posible que junto a tu marido levantarais vuestro Molinón, conocido en todas partes. ¡Toda una vida de trabajo, dedicación y entrega!
¡Qué gran madre fuiste! Tus hijos fueron tu obra más maravillosa. ¡Qué estupenda compañera para tu querido Ángel! ¡Qué buena hija y hermana! Y en lo que a mí respecta, ¡qué fiel y eterna amiga! Desde nuestra infancia hasta que, tristemente, te fuistes para siempre.
Nuestros corazones están rotos de dolor mientras aprendemos a vivir sin ti porque ya nada será lo mismo. Pero tengo la certeza de que Dios tiene preparado para ti un lugar especial porque te lo mereces y así debe ser. Y desde allí velarás y cuidarás de todos nosotros: de Ángel, triste y desolado, de Angelín y Patricia, huérfanos de tu presencia, de tus hermanos Pepe y Blanca, de toda tu familia y un poco también de mí, que ya me faltan dos pies muy importantes de mi vida.
Adiós, querida Mari, acudiré a la cita de cada verano con dos rosas blancas.
Vivirás siempre en nuestros corazones. Hasta siempre.
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