Esclavos agradecidos
Vivimos en unos tiempos un tanto inverosímiles, en los que imaginemos que quien conduce un coche viniera a ser el que gobierna un país, y éste se toma todas las licencias del mundo. Se permite beber, ir a más velocidad de la permitida, no mirar lo que está haciendo y, así, cumplir toda una serie de infracciones. Y pongamos por caso que el ciudadano normal y corriente, en este caso un hombre como puedo serlo yo o usted, es atropellado por el incauto conductor del que estamos hablando. Y una vez atropellado el conductor saliera a pedirle explicaciones de lo sucedido al pobre transeúnte que hacía su camino como buenamente podía. Y además se le quisiera hacer responsable de lo ocurrido como si quien llevase un coche tuviese licencia para todo, pudiera permitirse lo que se le antojase y encima hacernos cargo de los desperfectos del coche como de todo lo acontecido, y lo ocurrido con usted no representase problema alguno. Ya sólo nos faltaría a este paso que nos dijesen que en tiempos de la esclavitud los esclavos tuvieran que tener como mayor pretensión sentirse agradecidos por su condición de esclavos.
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