No todo está perdido
Ocurrió con la cuarta ostra y por unos momentos no supe dónde estaba. Había llegado allí con mi mujer al reclamo de unos percebes que aquella noche no tenían. Seis ostras de Cambados, 13 euros, rezaba el cartel. No dudé en aceptar el desafío. Cuidadosamente dejé caer una solitaria gota de limón sobre ella, sí, era la cuarta, ahora estoy seguro, y de inmediato el molusco se estremeció. La separé del caparazón deslizando el cuchillo por la base y la alcé colocándola justo debajo de mi nariz. Estaba apreciando los imposibles grises y las hermosas formas de su parte interior, tan íntima y lisa, cuando, sin poder controlar el impulso, la succioné, y entonces el tiempo se paró de repente. Ahora el estremecido era yo. El aroma de todas las algas y todos los mares que mi desgastada pituitaria pudo reconocer, expandido libremente por mi cabeza, y el generoso trago a un verdejo aromático y un poco atemperado me prepararon para el trance. Cuando regresé, un poco aturdido, había olvidado todos los reproches que pensaba hacerle a mi mujer y las decepciones y fracasos gastronómicos de los últimos años. Y esto sí que es liberador. Quizá no todo esté perdido y aún hay lugar para la esperanza. Los camareros sonríen, el local está limpio y el dueño es educado. Una vez reubicado, mi sorpresa es enorme. Estoy en Oviedo, y en el mismo centro.
Enrique Álvarez-Santullano Fontaneda. Oviedo.
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