Obediencia al Arzobispo
Como católico, me parece oportuno hacer algunas consideraciones a las críticas que se están haciendo sobre las decisiones adoptadas por nuestro señor Arzobispo.
En primer lugar, señalamos que, como máxima autoridad eclesiástica de nuestra diócesis, tiene el derecho y el deber de destinar, corregir, suspender, etcétera, al clero bajo su dependencia y responsabilidad y solamente tiene que dar cuenta a Dios y al Papa.
Y no cabe dudar de que sus decisiones solamente pretenden el mejor servicio de la misión de la Iglesia.
En segundo lugar, respecto a los sacerdotes afectados, solamente cabe la obediencia sin ninguna resistencia, pues todo sacerdote sabe que está a disposición del señor arzobispo para cumplir la misión propia de su ministerio, donde éste crea conveniente. Y, además, deben hacer ver a sus actuales feligreses que no deben hacer la menor protesta por su traslado a otra parroquia, en su caso.
En tercer lugar, respecto a los feligreses afectados por estos traslados no debería pasárseles ni por el pensamiento realizar ninguna clase de acciones, llámense manifestaciones, pancartas, escritos, etcétera, oponiéndose a las decisiones de nuestro Arzobispo. Esto es lo que cualquier católico normal, consecuente con sus ideas, debe hacer.
Siempre ha habido traslados de sacerdotes y siempre los respectivos feligreses lo consideraron normal.
Se comprende que disguste la marcha de un sacerdote al que se tiene en gran aprecio y que se considera que está haciendo una buena labor sacerdotal.
Pero lo que es inadmisible y escandaloso es lo que están haciendo algunos feligreses de los Santos Apóstoles, mediante escritos a la prensa con ataques a nuestro Arzobispo, no sólo impropios de un católico, sino de cualquier persona no creyente que tenga un mínimo de educación y respeto a los demás.
Y el colmo de estos ataques es que alguno de ellos esté hecho por quienes se presentan como «catequistas».
He aquí algunas de las acusaciones que le hace al señor Arzobispo un «catequista»:
«La Iglesia jerárquica, en lugar de aplaudir el trabajo de ese cura... y de esa comunidad, prefiere romper el vínculo creado y, como premio a ese trabajo, decide trasladar el cura a otra parroquia».
«Esa jerarquía piensa que lo que funciona debe romperse».
«Esa jerarquía, alejada de los feligreses, de sus problemas, de sus inquietudes, dudas, subida en su pedestal, decide jugar con sus curas y feligreses, quitando, poniendo, castigando».
«Esa jerarquía que sólo mira a los de su cuerda, a los amigos, a los poderosos.
Aquí hay alguien que piensa «la Iglesia soy yo», ¿me equivoco, don Jesús? Y pocos días después aparece otro escrito de «una catequista», del mismo tenor:
«Me revientan los apóstoles de verdades absolutas entregados a la noble tarea de coartar cualquier iniciativa que no encaje en sus dogmáticos preceptos o tropiece con su ego».
«¿Se aburre y quiere matar su tiempo ideando una estrategia para desorganizar todo lo que estaba funcionando?»
«Y lo animo a que salga usted de su cómodo despacho para algo más que salir en la foto con los ricos y potentados».
«Usted ya nos demostró que pretende imponer su voluntad, que no le importa hacer los cambios necesarios para favorecer a sus amigos; que es como los políticos, a los que no les importamos un pimiento».
Todo esto es muy grave, que no se trata simplemente de manifestar respetuosamente el disgusto por el traslado de un sacerdote al que se quiere, sino que se aprovecha para dirigir un ataque inmisericorde contra la máxima jerarquía de la Iglesia en Asturias, a la que todos los católicos debemos respeto, veneración, obediencia y colaboración.
Los conceptos vertidos en esos escritos publicados en este periódico revelan unas mentalidades que están en contradicción con lo que debe pensar y hacer un católico consecuente con la fe de la Iglesia.
Pensamos que estas personas no son aptas para ser catequistas aunque deben ser desautorizadas por quien dicen defender.
Y cualquier persona puede preguntarse: todo esto ¿por qué?
Pues, simplemente, porque el señor Arzobispo, en uso de sus facultades, decide el traslado desde una parroquia en la que no es el párroco, a otra, a la que va de párroco, de similar importancia a la actual y situada en esta misma ciudad, es decir, de los Santos Apóstoles a Teatinos, donde podrá realizar con otros niños la labor religiosa que viene haciendo.
Nos satisface hacer mención del escrito publicado en este periódico con el título de «Cura, sí; obispo, no», obra del gran periodista y ejemplar católico don Esteban Greciet y que coincide con cuanto he expuesto, básicamente.
Julio García García
Oviedo
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