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Las vacaciones a la sombra de Bárcenas

11 de Agosto del 2013 - José Antonio Gutiérrez Glez. (Piedras Blancas)

Este hombre sí que sabe, o sabía, lo que era organizar unas vacaciones en debidas condiciones. Como si realmente fuera un miembro de la realeza, Luis Bárcenas dispuso de propiedades y posibles para hacer diferentes escapadas en función de las épocas del año, durante muchos años.

Las cumbres del Cáucaso, el Mont Blanc, el Himalaya y hasta el Olimpo griego (con todas sus connotaciones) fueron algunos de los selectos escenarios de su ocio en los tiempos en que el éxito y los deseos de aventura le hacían cierto cosquilleo en el pecho, al lado mismo de la cartera, a la que no debía darle demasiada importancia. Igualmente existía otro Luis señorito, el que frecuentaba los restaurantes finolis de diversas capitales europeas y, cada agosto, se dejaba acariciar por el sol en una tumbona, en la Urbanización Guadalmina Beach de Marbella, en la terraza de un piso para gente de probada categoría que, como no podía ser de otra manera, estaba a nombre de su mujer. Asimismo, restaurantes de tres estrellas Michelin en la Costa del Sol; semanas en las Islas Seychelles que, aunque son paraíso fiscal, por el momento parece que la única vinculación que mantiene con ellas es haber pasado allí tres largas semanas de vacaciones en 2008.

Por aquellas fechas, Bárcenas aún era miembro de la ejecutiva del partido, senador y tesorero del PP. Hoy, ya sin ninguno de esos cargos, pero acusado de otros tantos, bebe agua embotellada, duerme en una litera, comparte los diez metros cuadrados de su celda y ha cambiado su iPhone por una cabina que funciona con tarjeta prepago. Por lo demás, desayuna a las 8 de la mañana, come a las 13.30 del mediodía, cena siete horas después y a las 208.30 de la tarde la puerta de su celda se cierra para no volver a abrirse hasta doce horas y media después.

Su ritmo de vida, pues, se ha frenado tanto como sus vacaciones y sus bonitos planes, si es que aún los tenía, este año están resultando forzosa y forzadamente distintos: el juez se ha encargado de proporcionarle alojamiento en régimen de pensión completa en Soto del Real. Son las vacaciones que el ex tesorero disfrutará este verano. Sí, da la impresión de que en estos próximos meses, por razones obvias, no va a poder viajar mucho.

Días atrás, ha estado a punto de quedar libre de rejas, pero la Audiencia Nacional ha decidido que debe continuar entre ellas, teniendo que pasar gran parte de las 24 horas del día encerrado en su celda. Riesgo de fuga, destrucción de documentos y reiteración delictiva son los argumentos esgrimidos por la Sección Segunda de la Sala de lo Penal para dejarlo sin vacaciones.

Luis Bárcenas, pues, paseará estos meses por el patio de la prisión de Soto del Real rememorando tiempos mejores. Además, de los cuarenta y ocho millones de euros que trasegó a sus cuentas pirata en Suiza sólo podrá gastarse cien euros a la semana. Cien euros para cafés y gastos menudos, incluida la gomina a la que parece no renunciar. Esa brillantina que le da cierto aspecto de mafioso siciliano.

La actualidad española, lamentablemente, sigue girando en torno a conceptos como tráfico de influencias, cohecho, chantaje, trinque..., corrupción, en definitiva, que parece que una plaga de inmoralidad social se ha enseñoreado de la vida pública. El caso de Bárcenas, al que sus conmilitones titulaban «el cabrón» (por algo será), es toda una definición del pícaro golfante que amasó una gran fortuna al amparo de la política, engañando a diestro y siniestro. Con inteligente habilidad, hay que reconocerlo.

El juez que instruye la «causa Bárcenas», y que habrá valorado con buen criterio todo lo antedicho, ha decidido que el «color moreno patio» (del patio del trullo, se sobreentiende) puede ser el que más le favorezca en las actuales circunstancias, y lo deja a la sombra que menos apetece en estas fechas veraniegas. Ya que la imagen de un Bárcenas saliendo ricamente –nunca mejor dicho– por la puerta de Soto del Real habría sido pésimamente recibida, y la imposición de una fianza que se hubiera pagado con el dinero presuntamente sustraído, tampoco hubiera servido para apaciguar a la ciudadanía de bien. Por tanto, dejémoslo estar.

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