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El árbol de la vida de José Manuel Riesco Morán

13 de Agosto del 2013 - Carmen García García-Rendueles y Pedro Riesco García

Hace escasos días nos sobrevenía, en medio de la oscuridad insegura de la noche, una inesperada y triste noticia: José Manuel Riesco Morán, nuestro esposo y padre, se nos iba. A lo largo de aquella difícil noche y también según han ido transcurriendo estas jornadas, teniendo aún cerca su cuerpo inerte, hemos podido recordar innumerables momentos marcados por la impronta de su ser, por su estilo inconfundible y por su humanidad desbordante. Esto es lo que nos lleva ineludiblemente a esbozar en unas pocas líneas lo que fue su vida y todo lo que nos ha dejado.

En Gijón, la ciudad que lo vio nacer, dio sus primeros pasos y vivió una infancia no poco compleja, sencilla pero feliz, como la de toda una generación marcada por los horrores de una fratricida Guerra Civil. Estudió Derecho en Oviedo, pero no ejerció su profesión, sino la de visitador médico. No obstante, fue la política la ocupación que marcó su vida y le hizo feliz.

Movido por sus ideales y siempre fiel a ellos –no como tantos que se suben al carro de la Administración Pública por el interés pecuniario–, e hijo de su tiempo, fue de los que participaron con papel protagonista, cada uno con su granito de arena, en la Transición democrática de nuestro país. Fue uno de los miembros fundacionales de Alianza Popular en Asturias y, recorriendo pueblos y ciudades, se acercó a las gentes de nuestra geografía asturiana para ofrecerles un proyecto asentado –más que en ideologías– en la libertad, la igualdad y la justicia para todos los ciudadanos.

Por encima de todo siempre amó a la tierra que lo vio nacer, crecer y vivir, y en la que ya descansa. De ahí que quizá pudiéramos valorar su significativa contribución al Estatuto de Autonomía como su mayor logro en pro de nuestra querida región. Más aún, supo hacer este cariño inmenso por Asturias extensivo a las gentes íntimamente unidas a ella pero alejadas en el espacio por haber emigrado en busca de una vida mejor. Decían estos días los titulares periodísticos que «la emigración perdía a un caballero»; otros, que a un «referente». Nos atreveríamos a decir que con su fallecimiento ha perdido a quien en cierto modo fue el alma que aglutinaba a cuantos comparten el sentimiento de ser asturianos en todo el mundo. A todos los Centros Asturianos de tantas naciones, que tanto le agradecieron sus esfuerzos, nuestro afectuoso saludo.

La otra gran pasión de su vida fue su familia, una familia de la que en ocasiones tuvo que apartarse para poner todo su empeño en la política. Fue padre de diez hijos a los que nos transmitió, ante todo, valores humanos: el servicio a los demás, la solidaridad, la libertad, la honradez, la responsabilidad derivada de los propios actos, la bondad desinteresada para con todos, el respeto y la tolerancia…, no exentos, ninguno de estos valores de humor y optimismo.

Antes decíamos que perdió tiempo compartido con su familia por dedicarse a la política, entendida como servicio, pero ciertamente también perdió dinero. Y todo ello para que al final la cúpula del Partido Popular se ocupara de deshacerse de él sin ni siquiera comunicárselo personalmente. Dirigentes (cuyos nombres y apellidos no seremos nosotros quienes los agraviemos) del citado grupo político, al que dedicó su vida, y en el que se cruzó con tantísimas personas a las que apreció, lo quitaron de en medio. Al fin y al cabo, para ellos sólo era un nombre y un sueldo. Tanta fue su lealtad al PP que no hizo más que agachar la cabeza estoicamente y aceptarlo. ¡Qué triste que uno de los que fundaron lo que luego sería el Partido Popular asturiano acabara despedido por personajes llegados mucho más tarde que él que, como tantos otros, sólo se preocupan por su propio bien! Más grave es aún el hecho de que toda la despedida del partido en quien creyó y a quien ayudó se quedó en un ramo de flores y en el envío de unas frías palabras que no llenaban ni un renglón, expresando una gélida condolencia.

Subtítulo: La política y la familia, las dos pasiones de uno de los padres del Estatuto de Autonomía de la región y alma del Consejo de Comunidades Asturianas

En los últimos años los golpes de la vida fueron los que hicieron que ésta se apagara paulatinamente. Y así, en medio de una crisis respiratoria, exhaló su último aliento un padre excepcional, un político honrado, un hombre con tantas virtudes y defectos que siempre quiso ser uno más, a pesar de que, en verdad, su vida fructificó de manera extraordinaria y hermosa en tantos aspectos. Tanto es así que, sin ánimo de plagiar la parábola evangélica, podríamos comparar su vida con una insignificante pero fecunda semilla de la que nace una familia de muchas ramas, no pocas hojas y no menos flores. Un árbol, en definitiva. El árbol de su vida.

Pero aún hay más. Con sus proyectos, con sus ilusiones, con sus desengaños y fracasos, pero también con sus triunfos, ese árbol pudo ofrecer su leña a quien la requirió…, pudieron ser recolectados sus frutos..., sirvió de cobijo a cuantos se pusieron a su paternal sombra… En definitiva, dio todo de sí lo que pudo: a los ciudadanos desde la política; a los emigrantes, desde el Consejo de Comunidades Asturianas, y a todos a los que estuvo en ocasión de ayudar, desde su vida humilde y comprometida.

Hoy la semilla ha muerto. Ya no está. Pero no podemos caer en la desesperanza, sino que estamos firmes en la convicción de que su vida dio fruto y fruto abundante. Hoy somos nosotros, henchidos de orgullo, los guardianes de su legado y los continuadores, de una forma u otra, de su obra.

No podemos olvidar en estas líneas a cuantos durante estos días nos han demostrado una vez más el aprecio que tenían a quien en mayor o menor grado había dejado una huella en su vida. La familia se ha sentido apoyada y abrazada en el testimonio unánime del cariño que se le tenía a José Manuel Riesco en su Gijón natal, en Asturias y también en el resto de España y algunos lugares del mundo.

Especial agradecimiento, ciertamente emocionado, a cuantos formaron parte del proyecto al que dedicó su vida, al Consejo de Comunidades Asturianas, a los Centros Asturianos y a amigos leales de toda la vida que siempre contarán con nuestro aprecio y solicitud en cuanto podamos ayudarles, y no menos gratitud a los miembros de la Cofradía del Santo Entierro y a las comunidades parroquiales de los Santos Apóstoles y San Isidoro el Real.

Vaya un recuerdo especial a quien fue en el Hospital el compañero de habitación de nuestro padre, Miguel, un hombre de arraigadas convicciones políticas y de asombrosas fortaleza y humanidad, que compartió con él sus últimos días y con nosotros el dolor de su pérdida. Gracias por todo.

De manera personal, como hijo suyo que fui con admiración y gratitud, quisiera acabar estas palabras, que os hemos dirigido en memoria de nuestro esposo y padre, con una de las coplas elegíacas que hace siglos escribía Jorge Manrique en honor de su propio progenitor: «Así, con tal entender, / todos sentidos humanos / conservados, / cercado de su mujer / y de sus hijos y hermanos / y criados, / dio el alma a quien se la dio / (en cual la dio en el cielo / en su gloria), / que aunque la vida perdió, / dejónos harto consuelo / su memoria».

Gracias por una vida tan grande, por el ejemplo, por tanto que nos has dado, por cuanto nos has enseñado, Papá. Al igual que sabemos que nunca más nos darás el beso de buenas noches, tenemos la certeza de que la Santina, a quien tanto quisiste, te ha arropado con su manto de Madre y te ha llevado al Cielo de su mano. Que tus ojos, que ya no se abrirán más para ver este mundo perecedero, contemplen, como sabemos que lo hacen, la luz de Aquel que es la Luz de todos los hombres. Cuida de nosotros desde el Cielo. Gracias, Papá.

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