Recordando a Celso
Agosto. No es fácil para mí resumir en estas líneas la cantidad de anécdotas vividas juntos, ya que desde niños fue una amistad perdurable toda la vida. Digo agosto, el mes que normalmente dejabas para tus vacaciones, si así se puede decir, dado que en nuestros paseos la gente no solamente paraba para saludarte, sino que al mismo tiempo te comentaban sus dolencias. Por eso, hoy, aquí, se trata de la persona y del médico. Como persona, poco me queda que añadir a lo publicado. Tu calidad humana es digna de todo elogio y aquí me quedo. Como médico dejas una estela de éxitos conocidos por todos los belmontinos, colmados con acierto al haberte nombrado hijo predilecto de Belmonte.
En el intervalo de este tiempo, llegó tu enlace matrimonial con Tina, tu esposa, también muy apreciada, y de esa unión nacieron seis hijos que, con sus respectivos cónyuges, casi todos galenos, los belmontinos tenemos asegurado la trayectoria seguida por ti, al servicio del público en general.
Te consta que de las últimas charlas que tuvimos salió a relucir lo que estaba escribiendo, te contaba que leyendo a varios autores, incluido tú, cuando leía una frase interesante, la recogía por si podía encajar en algo que en ese momento estaba escribiendo y te di a leer un pequeño relato titulado «Mi paseo cotidiano hasta el cementerio». Como siempre, bajo tu leal criterio, algo viste en él, sorprendiéndote una pequeña estrofa que te dio que pensar o tal vez fue un presentimiento. Dice así: « ... Amable cementerio, frente a un mundo patriarcal, sin más fines que la dulzura de vivir sencillo, hasta el morir con un candor insigne, sin prisas ni avidez esperas siempre, mientras las vacas pacen a tus lindes, sin temores de ti, manso, difuso y verde cementerio, donde en sosiego y sin pavor rendirse...».
En él descansarás en paz, recordado amigo.
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