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San Bartolomé de Grullos

18 de Agosto del 2013 - José Francisco González Fernández (Grullos (Candamo))

Quien dijo «Grullos» no sólo con la palabra se pronuncia un nombre cargado de grandeza, lo que sí pronunciamos es el nombre de un pueblo lleno de recuerdos, noble y leal, que acoge a personas y sentimientos llenos de generosidad que miran a un futuro en la esperanza.

Llevo diez años entre vosotros y cuanto más os contemplo más os admiro. Paisajes y personajes sin igual. Un camposanto con recuerdos del ayer y una iglesia restaurada que expresa vuestras ayudas; no sólo para escuchar el sonido acompasado por el repique que llama a fiesta, sino, ante todo, por una voz que durante ya más de sesenta años nos hace revivir los encantos de la fe y el consuelo de la esperanza.

Don Luis, nuestro padre y pastor, nos conduce con los encantos del bien hacer. Gracias, don Luis, por sus palabras y su entrega, por llevarnos a metas de felicidad. Piense que el recuerdo del ayer debe seguir dándole fuerzas para continuar haciendo el bien. Nos engendró para Dios en el bautismo, nos dio la primera comunión, perdona nuestros pecados y con la alegría de vernos fortalecidos nos alimenta con el pan de vida.

No quiero quedar extasiado al ver tantas cosas buenas, ni tampoco quiero fijarme sólo en usted. Alguien dijo: «Por sus obras os conocerán». ¡Cuántos hombres han pasado!, y cuántos están arañando de estas tierras el bienestar de las familias, con sus hortalizas, fresas, frutas y productos que ayudan, consuelan y fortalecen; para ellos nuestro homenaje y nuestro reconocimiento, y ¡cuántas mujeres que en el silencio han dejado testimonios del bien hacer!

Al acercarse la fecha del 24 de agosto, en la que celebramos la fiesta de nuestro patrono San Bartolomé, pienso en tantas y buenas personas que han tenido la suerte de compartir esta tierra bendita y ejemplo de virtudes. Viene a mi mente Araceli Cuervo, que nos dio el calor y el testimonio de su rectitud. Obras son amores y no buenas razones: una calefacción para nuestra iglesia, que nos permite vivir los días invernales con el abrigo que ella nos dejó, fue algo más que una manta de los tiempos pasados. Una custodia que alberga en el viril al amor de los amores. Aquellos rosarios por ella dirigidos mientras el sacerdote se revestía con los ornamentos sagrados... Fue Araceli, ara de altar, quien con su testimonio supo alimentar a niños y mayores en el camino de la formación espiritual.

Sentado en aquel banco del campo de la iglesia, miro con gozo la espadaña que nos hace mirar al cielo y me viene el recuerdo de otra buena mujer: Luz López. Estoy seguro de que el tañido de nuestras campanas le haría recordar el toque de atención de aquellas abuelas que decían: «El cristiano lo primero que debe hacer es oír misa y almorzar, y si el almorzar corre prisa, primero es la misa». Entonces ella, que abría las puertas con puntualidad, colocando las ropas en orden, espera la presencia del sacerdote, limpia las vinajeras... y en el reclinatorio con el rostro entre sus manos da rienda suelta a la oración para pedir por sus padres, su familia, sus amigos...

Otra mujer a quien más traté, recientemente fallecida, fue Maruja Cuervo, consuelo de cuantos a ella acudían en busca de alivio y consejo. Mujer piadosa, buena, leal, atenta y siempre con una sonrisa a flor de labios. Hoy, Maruja no puede ver las obras que tanto anhelaba y que llevan el sello de su generosidad. Sus cantos dulcificados en el claustro benedictino nos trasladan a revivir la escena que un día, allá en el Tabor, hizo revivir en los apóstoles el «qué bien estamos aquí...».

Al caer de la tarde el sol me quiere distraer en la contemplación y veo pasar por el camino a Siomara, en quien se me antoja ver a la heredera de las virtudes y las cualidades de quienes hemos recordado como ara de altar, luz, consuelo y esperanza.

En tantos años de mi peregrinar por las diversas zonas y distintas parroquias de la diócesis ovetense puedo decir, sin ánimo de ofender, que como Siomara jamás persona alguna resulta tan polivalente, es tan alto su valor que lo mismo pide por las puertas para auxiliar necesidades ajenas que nos llama con la voz de la campana para rezar. Es como un ángel titular de nuestro pueblo, es la heredera de nuestras apetencias y necesidades. Perdón, Siomara, te veo como un «todoterreno» que soluciona nuestros problemas.

Hemos perdido, no hace mucho tiempo, a Maruja, que siempre estaba prestando atención a todos los vecinos. No la conocí como lazarillo, acompañando a Rosario, ciega y hermana de nuestro querido don Luis, la conocí cuando más la necesité en el trato con quien hoy es mi esposa, Floren, y con el mismo cuidado para con mi hija María del Rosario.

Tal vez algún que otro comentario se pueda levantar: «Fran barre para casa». No, amigos, me veo y quiero tomar la oportunidad de tener un detalle de admiración y de gratitud para los familiares más directos –quiero también dedicar mis reconocimientos a Pepe y Friqui–, que para mí son otros queridos padres.

Y con ellos quiero tener un aplauso para tantos hombres que han sembrado inquietudes y por cuantos a lo largo de los tiempos han sido enjambre de la rica miel como testimonio de buena vecindad. Hombres y mujeres que siempre serán testimonio de ejemplaridad.

Estos pensamientos que he elaborado en mi descanso en el campo de la iglesia los quiero dedicar a todos los vecinos de Grullos que van a celebrar con gozo la fiesta de San Bartolomé y a aquellos que en otro tiempo la festejaron con nosotros y ahora ya la celebran junto a él.

Con afecto y cariño para este pueblo en el que vivo y con el aplauso de su siempre fiel servidor le digo: «Ánimo, que el Señor está con nosotros».

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