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Duero-Douro, agua y piedra, sol y vino

9 de Septiembre del 2013 - Ángel García Prieto (Oviedo)

Cuando entra en Portugal, el Duero se cambia a Douro y discurre apaciblemente en una orografía al principio muy agreste, entre pardos pedregales adornados de almendros, olivos y encinas para ir haciéndose cada vez más abierto, a través de las soleadas laderas de pizarra con bancales de viñas. Una vez superadas las sierras de Marão y Montemuro, continúa en un amplio cauce donde el verde de los campos cuajados, los frecuentes caseríos, las bodegas y las nobles mansiones de época hacen entrever la cercanía del bullicio de la asombrosa ciudad de Oporto.

La Naturaleza fue en esta comarca «robusta, solemne y profunda», como dijo Alexandre Herculano. El río luchó contra las rocas, y el hombre ha sabido hacer de ese cauce una tradición, una fuente de relaciones, un hilo conductor de riqueza, trabajo y el orgullo de un nombre que representa a esas tierras por todo el mundo. El río está transformado en «sucesivos y extensos espejos de agua», cantan sus poetas, para describir la sucesión de seis embalses represados en su correr, desde los doscientos kilómetros de Douro portugués que hay entre Barca d’Alva y la desembocadura en Foz de Douro; son los de Pocinho, Valeira, Pinhão, Régua, Carrapatelo y Crestuma-Lever.

En la villa fluvial que marca el centro de la trayectoria, Peso da Régua, a unos cien kilómetros de Porto y otros tantos de la frontera española, se creó en 1678 la Companhia Geral dos Vinhos do Alto Douro, donde hoy se sitúa la Casa do Douro. Allí se percibe de modo especial la confluencia del río y el vino, de la cultura y el trabajo.

También está allí el centro geográfico de una comarca rica en arte: el monasterio románico de S. Martinho de Mouros, el puente fortificado de Ucanha, los tapices flamencos en el museo de Lâmego, la arquitectura barroca de riquísima expresión en el palacio de Mateus de Vila Real o el santuario de Nossa Senhora dos Remédios, erguido en al cima del Santo Estevão, y tantas otras expresiones más de la riqueza cultural de estos parajes.

«¡El Duero aún es un río, el Duero todavía es una canción!», escribió el poeta Eugénio de Andrade. Y el río continúa, sereno, templado, protagonista y señor hasta la Foz, en el extremo de la ciudad de Porto, para asomar y mezclar sus aguas con las de ese Atlántico inmenso, que tanto sabe de portugueses exploradores, conquistadores, viajeros y ciudadanos en todos los continentes y tantas islas.

Nota al margen: agradezco a doña Isabel González Fernández-Argüelles, lectora de esta sección, la elogiosa referencia a estas cartas sobre Portugal que aparecen de vez en cuando.

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