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Presente y futuro de las salas de cine (a propósito del cierre de los Marta)

3 de Septiembre del 2013 - Rubén Franco González (Pola de Siero)

El domingo 31 octubre 2004 cerraron los Cines Clarín. El martes 16 agosto 2005 lo hicieron los Hollywood de Gijón. El domingo 18 febrero 2007, los Brooklyn. Eran los últimos hasta ahora, y a los que hay que sumar a partir del próximo domingo 1 septiembre 2013 los cines Marta de Avilés. ¿Qué tienen en común todos ellos? Pues que pertenecen (pertenecían) a la Cadena Clarín. O mejor dicho, la Cadena Clarín era propietaria y responsable de esos cines, pero pertenecen al recuerdo de todo buen cinéfilo que se haya aproximado a sus salas. Ahora la Cadena Clarín se queda sólo con los Cines Centro, en el Centro Comercial San Agustín de Gijón, y cuyo máximo esplendor se produce en los días del Festival Internacional de Cine de Gijón, en el mes de noviembre.

Nos proponemos en estas breves líneas de este artículo con formato de Carta al director reflexionar sobre la significación del cierre las salas cinematográficas (por supuesto, no sólo en Asturias, ya que lo mismo sucede en el resto de España) y determinar cuáles son los motivos que conducen a ese (triste) desenlace, como en alguna otra ocasión hemos apuntado.

Habría que comenzar preguntándose (como la canción) si los cines son cosa del pasado. A primera vista y viendo la cantidad de películas que se producen al año en el mundo (con Bollywood a la cabeza con 800 producciones, seguida de EEUU) tendríamos que contestar de modo negativo a la pregunta. En efecto se siguen haciendo muchas películas, pero ¿hay espectadores? Especificamos más, por si hubiera confusión: ¿hay espectadores que acudan a las salas de cine? Ahora habría que responder que pocos, muy pocos. Y cada vez menos. ¿Por qué? ¿Por qué? podríamos interrogarnos al Mou´s Way. Pues hay varios factores, los que conforman un cambio de hábitos y una manera de estar en el mundo. Y entre ellos, como pieza destacada y crisol de todas las demás (y ya lo adelantamos), internet (y en este punto habría que darle al menos parte de la razón a McLuhan: el medio es el mensaje).

El cine, cuya autoría se disputaron (y todavía los especialistas siguen haciéndolo) Edison y los hermanos Lumière, comienza oficialmente el 28 diciembre 1895 en el Gran Café del Boulevar des Capucines de París (hoy día se recuerda ese lugar con una pequeña placa, y a la que hay que estar muy atento para encontrarla). Los Lumière no le veían futuro comercial a su invento, pero sí lo hizo

Georges Méliès (se puede visitar en la actualidad, hasta diciembre, en el Caixa Forum de Madrid una exposición sobre este artista francés). El cine triunfó, y de barracas de feria y circos pasó a proyectarse en sitios específicos. Serían los Odeons, teatros destinados a tal efecto (no para cantar sino para proyectar), y denominados Nickel-Odeons, por el ser ese (un nickel) el precio de la entrada. Era barato asistir al cine (sobre esto hablaremos después). Se fue perfeccionando ese nuevo arte, con éxito en los felices años veinte, donde en 1927 se introduce el sonido (El cantor de Jazz (1927, Alan Crosland)), suponiendo un gran hito (dejamos aquí de lado el hecho de si supuso una revolución este aspecto). Se produce la crisis de los años 30 (el crash del 29), que es cuando se generaliza el consumo de palomitas en el cine, por ser muy baratas (aunque hay quien apunta que ya se introdujo la década anterior). Llega después la Segunda Guerra Mundial y la posguerra de la Guerra Fría, donde en el mundo occidental triunfa el modelo de las democracias homologadas, y donde el cine (sobre el todo, el cine de Holywood) fue tan importante.

En España, además de la industria nacional cinematográfica (y donde se hizo muy buen cine, a pesar de la imagen tópica y prejuiciosa que tiende a considerar ese período, desde la ignorancia, como algo ñoño, beato o propagandístico), llegaba el cine del imperio, de EEUU. Era el modelo de Hollywood, donde se vivió una época dorada de unos treinta años (pongamos hasta 1960, o hasta 1963 con Cleopatra, de Mankiewicz). En esa época se juntaron en Los Ángeles tal cantidad de talento que necesariamente se produjeron las obras maestras que hoy conocemos. Como bien dice José Luis Garci, fabricaban películas con la misma rapidez y calidad que en Detroit automóviles (en 1896 había llegado Henry Ford allí). Escritores como Faulkner, Hemingway, Chandler, productores como Zanuck, Goldwyn, Selznick, directores como Ford, Hawks o Wilder, actores como Gable, Grant o Wayne, se juntaron para dar lugar a grandes obras artísticas del siglo XX.

En España (y en otros lugares, pero centrémonos en nuestro país) el cine era de lo poco que había para el gran público. Seríamos injustos y faltaríamos a la verdad si no matizásemos esto. Naturalmente había lucha libre, boxeo, toros (a todo ello podían ir los menores de edad sin que los detuviese la policía junto a sus padres), fútbol, circo, teatro pero el cine era algo más. Era algo diferente, era barato, te permitía estar cobijado durante horas del frío y a los novios meterse un poco de mano (la fila de los mancos). Se veían historias extraordinarias, de lugares muy distintos a la España de entonces (y donde se comían, además del bocadillo de lo que fuese, pipas y ricos bombones helados).

¿Qué pasó cuando llega la televisión? ¿Sigue yendo la gente al cine? Se piensa en ese instante (en los años cincuenta en USA) que puede acabar con el dominio del cine. Para ello inventan nuevos formatos, como el cinerama y el 3-D, para ofrecer productos que la televisión no puede. Lo que tiene la televisión es que está metida en el hogar y no hace falta salir de casa. Pero la gente seguía saliendo y pagando la entrada de su butaca. El cine se veía en el cine. Era un acto social. Por una parte era una actividad individual pero a la vez colectiva (las risas, llantos, gritos o abucheos de los espectadores a personajes o situaciones de la película).

En los setenta se introduce el video, el sistema de reproducción doméstico, con la disputa entre Betamax y VHS, con victoria para este último. En los ochenta llega a España, y podríamos decir retrospectivamente que ahí empezó el fin del cine (de las salas de cine). Pero la gente seguía acudiendo a las salas. Y luego ya, cuando salía en vídeo, alquilarla en el videoclub y volver a verla. Además, el vídeo permitía grabar los programas o películas de la televisión.

Es con internet en los noventa cuando se introduce un competidor de ocio muy fuerte, y, sobre todo, en la pasada década, donde se popularizan las descargas gratuitas de películas. Los internautas se bajan las películas y las ven en casa. Nada importa verla en pantalla grande. Se podrá pensar que hoy día uno puede tener en casa una televisión casi tan grande como alguna de las pantallas de las salas de los multicines, y que no merece la pena ir al cine. Pero tampoco es eso. El que se baja películas suele verlas en el ordenador y frecuentemente en mala calidad (muchas veces son grabaciones de un espectador en el cine). Un director puntilloso y quisquilloso con esos detalles, al estilo Kubrick (quien supervisaba las salas de proyección de sus películas) se moriría del susto. Y ese que se las baja es el cinéfilo (enseguida lo veremos). El que no lo es, ni siquiera puede ver una película durante hora y media o dos horas. Resiste dosis de minutos, e incluso segundos. Es la youtubeización. Al igual que las obras voluminosas (los tochos) de novela, historia o filosofía tuvieron su lugar en una época más relajada, en nuestro ajetreado siglo XXI ya nadie (muy pocos) mantiene las energías, el entusiasmo y la concentración durante mucho tiempo. Al igual que los jóvenes no se van a tomar unos vinos o cervezas con tranquilidad sino a ingerir cantidades de alcohol en el menor tiempo posible para obtener el estado de embriaguez (se pisotean los medios para alcanzar el fin).

Este recorrido histórico a vuelapluma que hemos hecho nos muestra que el cine ha tenido éxito desde sus inicios y hasta los últimos años, con distintas etapas. Y que podemos cifrar en las últimas décadas, con el vídeo e internet (y la tdt, y, sobre todo, la televisión de pago, con canales temáticos), parte de las causas de su declive. Pero hay que ser claros. Siempre que se introduce un nuevo medio de comunicación de masas surgen los nervios, la incertidumbre y la confusión por parte de los intérpretes de esa novedad social. La radio no acabó con los periódicos, ni con el teatro, ni el cine con éste, ni la televisión con aquel, ni el vídeo con el cine, ni internet con todos los anteriores. ¿O sí? Internet ha supuesto un cambio brutal en nuestras vidas, de eso no hay duda (uno puede acceder desde su ordenador a archivos y bibliotecas de todo el mundo en un instante, sin necesidad -en muchos casos, imposibilidad- de desplazarse a la ciudad del país oportuno). Pero en cuanto al cine se refiere, ¿qué tiene que ver el descargarse películas con ir al cine (con dejar de ir)? Además, y es curioso (en realidad, no tanto), las películas más bajadas son las últimas novedades, no una película perdida española de los años cuarenta o una rareza japonesa de los cincuenta (al igual que los deuvedés que regalan con la prensa, o que se pueden adquirir por cincuenta céntimos o un euro, no se les presta atención, cuando dan auténticas joyas, y el caso más llamativo era cuando hace unos años ABC daba cada sábado por un euro un DVD con tres películas clásicas).

La gente ha perdido el hábito de ir al cine. De nuevo, citamos al gran Garci (probablemente uno de los tres grandes de la historia del cine español, junto a Buñuel y Berlanga -y dejando fuera a Nieves Conde, Rafael Gil, Neville, Bardem, &c.-). Según el oscarizado director un aspecto simbólico de la decadencia de las salas fue el momento en que se suprimieron las cortinas. Antes, se abrían las cortinas y daba comienzo la película. Había un aspecto cuasimágico en ello ("mutatis mutandis", lo mismo decimos nosotros del teatro, donde ya es habitual -y cansina- la manía de llegar al teatro y encontrarse a los actores en el escenario -recordemos que el estar-en-escena es la esencia del teatro-, media hora antes de la representación, por lo que, por de pronto, no ve lo mismo el espectador que llega a la hora indicada de comienzo de la función que el que lo hace veinte minutos antes). Pero hay otro aspecto muy importante en esto de la pérdida de espectadores (y consecuente cierre de las salas). Es el hecho de la apertura de salas de cine en los centros comerciales. La gente paulatinamente fue abandonando las salas de cine de la ciudad y trasladándose a esos centros. Allí, el ciudadano se da un garbeo por las tiendas de ropa, por los bares y puede que vaya al cine. Pero es ya un todo complejo (cual definición de Tylor de la cultura) que incluye camiseta, cerveza, cine, hamburguesa y sundae. Esa mudanza de espectadores más o menos ocasionales dan como resultado que las salas de la ciudad se queden vacías.

Queremos centrarnos ahora en los autodenominados cinéfilos. Y éste es punto muy importante en el cierre de las salas. Ya no es que el espectador de fin de semana, el que puede acudir con la parienta o con los hijos, deje de ir a las salas y se quede en casa o lo sustituya por otras actividades, sino que el que se dice cinéfilo, que le apasiona el cine, no va a las salas. Ese es el ADN de las nuevas generaciones de cinéfilos. Son pseudocinéfilos o cinéfilos de pacotilla (y lo sentimos por quien se dé por aludido: es el riesgo de este tipo de generalizaciones). Este grupo o tribu urbana (si se nos permite decirlo: todavía dieron el otro día en televisión The warriors (1979, Walter Hill) y nos lo ha recordado) se caracteriza por haber visionado (u objetivado) un muy reducido número de películas (apenas unas decenas) y dedicarse constantemente (este constantemente puede significar una periodicidad semanal o incluso mensual) a revisitarlas. Pero lo grave no es esto, claro. Es muy legítimo que alguien conozca unas pocas películas y se recree en ellas. Lo que resulta ofensivo es que esas mismas personas se las den de cinéfilos. Se caracterizan por tener un prurito intelectualoide (sin apenas haber leído un libro) y decir que son fanáticos del cine. Pero no saben absolutamente nada de la historia del cine (creen que el cine, como tantísimos otros ámbitos, nace con ellos, y lo que se hizo antes de su toma de contacto con el cine -pongamos 3-4-5 años- no existe). Pero lo grave, seguimos en la idea, no es que no lo sepan, ya que no todo el mundo (como es lógico) puede verlo (o leerlo, o escucharlo) todo y al mismo tiempo. Lo fascinante es que no lo hacen ni lo van a hacer. No les interesa en modo alguno. Pasan de ello. !Y son los que se las dan de cinéfilos y otorgan carnés de cinefilia! Ni saben ni quieren saber. Si cinéfilos de vieja hornada los viesen, los correrían a gorrazos. Se retroalimentan de cuatro peliculitas que han visto, y no abren la ventana para que entre aire fresco. A lo sumo, dicen: Me la apunto ante la sugerencia de algún título. Que significa tanto como que lo apuntan en el techo hasta que pinten y pase a mejor vida. Porque estos pseudocinéfilos no leen, ni sobre el tema del cine ni sobre otros. Pero son los mismos que tienen twitter y facebook, que utilizan las redes sociales y reenvían mensajes. Concretamente, el twitter con sus gorjeos es un aspecto más de la youtubeización. Pensamientos de unos cuantos caracteres. Consignas que se repiten viralmente, y que son las lecturas de esta gente. Estas generaciones son resultado de la LOGSE, y cada vez a peor. Se manifiesta en muchos ámbitos de la vida y de la realidad. Y son, por supuesto, los ciudadanos que concurren a las urnas. Y lo hacen sin criterios ni formación ni información alguna, porque los votos se cuentan no se pesan ni se explican. Esto es lo que hay, y en cuanto al cine se refiere, es uno de los motivos del cierre de salas. Que a los que supuestamente les apasiona el cine, no acuden a las salas. Es una cinefilia degenerada, corrompida.

Alguno dirá que se está siendo muy duro y que uno de los motivos del cierre de las salas son los altos precios de las entradas. Veámoslo. Apelar al precio de los tickets sirve como excusa (excusatio non petita, accusatio manifesta) a muchos para no ir. Pero hay que decir varias cosas. Existen numerosas ofertas y promociones para ir al cine. Quien no las conoce quiere decir que no va hace mucho tiempo. En las páginas de este diario, y desde hace varios meses, los domingos figura un cupón que sirve bien como precio reducido, bien como 2*1. Estos mismos cines y los de la competencia ofrecen periódicamente promociones de precios reducidos si el espectador vuelve al cine en los próximos diez días (ahora quince). Otras promociones de regalarte una entrada para la semana siguiente, días del espectador (en algunos cines dos días), tarjeta de los cines, &c. Además, en el caso de jóvenes cinéfilos (como hemos hablado) tienen carnés de estudiante, carnés jóvenes !Que no vengan diciendo que no van al cine porque es muy caro! ! A otro con ese cuento! Mejor dirán que no les interesa, que no es su rollo, y que con el dinero que tienen en su poder (mucho o poco) prefieren hacer otro uso de él, como pueda ser tomarse unas copas. Perfecto. Pero que no tengan la mala conciencia de excusarse con falsedades (es como quien dice que no lee porque no tiene tiempo). Sin duda, los padres que van con sus dos hijos al cine, sin ningún tipo de descuento, y se compran el hipermegacombo con palomitas y bebida (que cuesta más que la entrada), les puede salir por un ojo el cine, pero ya estamos hablando de otra cosa. Y en cualquier caso, hay que verlo en comparación con el precio de otros quehaceres (salir a cenar, teatro, ópera, una entrada para el fútbol, &c.).

Las salas de cine de los centro comerciales han tenido que reinventarse (están en ello, en realidad) y ahora dan partidos de fútbol, conciertos, ópera En Asturias salvo Cinesa (Parque Principado), el resto de cines han suprimido la primera sesión (la de las 16:00 h) entre semana. ¿Motivo? Pues el que estamos viendo. Nosotros hemos estado en multitud de ocasiones solos en la sala. Lo habitual es con un puñado de personas, rondando la media docena. Es la noche del viernes y los fines de semana cuando hay más gente.

El motivo de estas impresiones (unas pinceladas) viene a cuento (como dijimos al comienzo) del cierre de los Cine Marta. Se ve que la cosa no da para más y ya no se puede estirar más el chicle. Eran sin duda otros tiempos cuando uno salía del Brooklyn y podía ir a tomarse algo al Corner´s, (ideados ambos por Chus Quirós), unos metros más arriba. Los Marta eran los únicos cines de Asturias (si exceptuamos el Prendes de Candás, con programación de fin de semana, con algo de retraso y con proyección de clásicos: desde luego, una sala magnífica) que quedaban que eran solo cines. Y nada más que cines. Hasta aquí se ha llegado. Se ha convocado una manifestación para el próximo viernes 30 agosto 2013 bajo el lema No al cierre de los Marta. Algunos citan el caso del cine Renoir de Palma de Mallorca, que no ha desaparecido gracias a los espectadores, que formaron una cooperativa (mayo 2012). Pero, ¿es esto posible en Avilés? ¿Se decidirán a poner dinero y comprometerse para que no desaparezca? ¿O más bien se trata de flor de un día, de ir unos minutos allí a manifestarse, quedarse con el cuerpo a gusto y no acudir más al cine hasta que cierren los próximos?

Cuando el año pasado salió publicado en la prensa que los Cines Yelmo de Oviedo corrían peligro de cierre, un escritor de esta casa, Ignacio Gracia Noriega publicó un artículo titulado La memoria del cine de otro tiempo (27 octubre 2012). Asimismo este autor tiene otros artículos recordando cines de otra época de Oviedo, como Los cineclubs (I y II) (14 y 21 enero 2008), El Palladium, la pantalla del cambio (8 diciembre 2012) o El ambigú (24 enero 2009). Todos ellos están disponibles en internet, en su página web (www.ignaciogracianoriega.net). En Oviedo cerraron, en efecto, el Filarmónica (aunque sigue activo con la programación de Los lunes del Filarmónica, -aunque no últimamente - y otras), el Principado, el Ayala, los Minicines, y los ya citados Clarín y Brooklyn (puede leerse a este respecto la evocación que hicimos de los mismos en el artículo Cinco años sin los Brooklyn, publicado el 18 febrero 2012 en estas mismas páginas). En Gijón, las salas del Centro Comercial Los Fresnos cerraron en septiembre de 2005, y en Pola de Siero, el cine puso fin en 1992, si no erramos (tal vez en el 93).

Además de la iniciativa de manifestarse, hay otra. Se trata de una llamada a los asturianos de bien a que acudan el domingo a la última sesión de los Marta, con la intención de llenar sus cuatro salas y darle una despedida digna. Veremos si tiene éxito esa propuesta.

A partir de ahora seguiremos con un cine menos en la región. Las salas que siguen deben equiparse bien, cuidar y cambiar las lentes -para tener las oportunas- (si no, de nada sirven maravillas que se anuncian), no abrir las puertas durante la proyección ni encender las luces durante la misma Ya, ya sé que parecen cosas de sentido común, pero de hecho no se ejercen. Mejórese en esos aspectos y contribuirá a no perder a espectadores hastiados.

Hay un último aspecto sobre el que quisiéramos llamar la atención para terminar. Alguno dirá que la causa principal de que la gente no vaya al cine es que no hay películas interesantes que ver (además del famoso IVA del 21 % ). Es de nuevo una falsedad o una excusa. O bien dicen eso pero luego se bajan esas películas horrendas a su parecer, o bien no conocen de qué hablan (como en el caso del desprecio al cine español, ya mencionado). En el cine como en la televisión hay muchas cosas interesantes. Lo llamativo es que son los que se pasan el día ante la televisión tragando basura quienes dicen la famosa coletilla no hay nada para ver. ¿Y si ellos fueran programadores de televisión, qué darían? Pues lo mismo que ven, o similares. Por eso lo ven. Y por eso no vale con lanzar acusaciones contra Vasile y compañía, ya que si siguen esos nocivos programas es porque tienen audiencia y la gente los ve. ¿De qué estamos hablando? ¿De Mozart TV? Apagarían el aparato. Por una sencilla razón: porque no tienen las categorías oportunas para filtrar esos contenidos. Es decir, que no podrían enterarse ni apreciar lo que estuviesen viendo.

Ahora se insiste en que el talento del cine está ahora en la televisión, con series como Los Soprano, El Ala Oeste de la Casa Blanca, Perdidos, Mad Men, The Wire, Juego de tronos, Breaking Bad, Walking Dead, Homeland, The Newsroom, House of Cards, Elementary, Hannibal, &c. Sin duda, en la televisión hay talento pero también en el cine. No nos dejemos arrastrar por las modas. Sobre todo, porque son compatibles. Otra cosa es que si uno se pusiera a ver la plétora de series que el mercado le ofrece, no haría otra cosa. No tendría tiempo ni a comer ni a dormir. Pero lo mismo sucede si nos dispusiéramos a leer todo lo disponible, a escuchar música o a degustar variaciones gastronómicas. Se trata de establecer criterios y fijar jerarquías.

Terminamos agradeciendo a los dueños de los Marta su servicio y darles ánimos para persistir en los Centro. Pero eso de nada servirá si la gente no va al cine. Así que podríamos terminar con un llamamiento a que la gente vaya al cine. Pero no lo haremos. Como la gente es suficientemente mayor, democrática y libre para decidir, que haga lo que le parezca pertinente. Será lo que tenga que ser, y definirá o conformará uno de los rasgos de nuestro presente. Pero a medio plazo el cine no desaparecerá. Y a largo plazo seguramente tampoco. Pero se está reordenando y sufrirá modificaciones. Estaremos expectantes sentados en la butaca del cine.

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