A Manuel Pérez Montes, «un hermano muy especial»
Un giro copernicano, un viraje de ciento ochenta grados, una pérdida de dirección, fue y es lo que se produjo en mi corazón desde tu ausencia física, que no tu presencia viva en mi pensamiento y en mi sentimiento.
Montes, tengo muy clara la diferencia entre ser «gente» y el ser «persona». De los primeros, el mundo está lleno, pero muy falto de los segundos, y de éstos –persona– tú fuiste para mí un número uno, un fuera de serie, el más ejemplar y el más extraordinario.
Sí, Montes, eras la persona que sin ser protagonista ni actor de primera fila –porque hasta ahí llegaba tu humildad y tu sencillez– fuiste capaz de cambiar todo lo que resultaba sufrimiento y convertirlo en esa tu lucha callada, en agradecimiento, en dulce sonrisa y en paz.
¡Gracias, Montes!, gracias por todo lo que me enseñaste, por todo el cariño que me regalaste, gracias por tu honestidad, por tu sentido común, por tu siempre saber estar, por tu prudencia, por tu amabilidad, por tu disposición de escucha, servicio y ayuda a los demás, por tu mirada siempre llena de afecto, gracias por todo eso que no se aprende en la escuela, ni en los libros, ni en internet, y que, sin embargo, tú lo ejercías con tanta sencillez, con tanto respeto y, sobre todo, con tantísimo cariño.
Montes, hoy me embargan el llanto y la desolación, me dominan el desconsuelo, la tristeza y hasta la rebeldía contra el mundo por tu ausencia, aun sabiendo que ésa no era tu filosofía de la vida, que tu magisterio era la paz y tu cátedra, el ser buena persona.
Me confortan la fe, la esperanza, el deseo y la certeza de que ya estás gozando de esa gloria tan inmensa... como inmensa fue tu persona.
Te aseguro que siempre vivirás en mi corazón, honraré tu memoria, cuidaré de tus seres queridos y también de tus obras.
Sé que desde donde ahora estás me seguirás guiando, ayudando, protegiendo y queriendo.
¡Gracias, Montes, por tu ejemplo!
¡Gracias, por ser mi hermano!
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