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Mi pequeño roble

8 de Septiembre del 2013 - Agustín Acebes Fuertes (Gijón)

Nunca he entendido de árboles. Siempre los he confundido. No los distingo. La botánica se me atascó en la escuela casi tanto como la trigonometría. Si el árbol daba frutas, ya era más sencillo. ¿Quién puede confundir una higuera con un limonero? Imposible. Con los años también he aprendido a no «pedir peras al olmo», y así me he evitado problemas y frustraciones.

El otoño pasado pateé varios bosques asturianos. (Imperdonable no haber visitado antes Muniellos, y lo hice, ¡sublime!). En cada excursión, un pequeño recuerdo. Una rama de allí, una semilla de allá. Y así fui construyendo mi pequeño bosque en una esquina. Un avellano, un haya, un abeto y el más pequeñín de todos, casi imperceptible: un roble. Un par de bellotas enterradas en un tiesto, y a mitad de la primavera cuatro hojas dentelladas despuntando. Pequeño, erguido y orgulloso.

Es el roble árbol grande, majestuoso y fuerte, aunque cueste creerlo viendo mi frágil criatura, y es tal su fortaleza que a ella se equipara una salud inquebrantable («estás hecho un roble»).

Llamado «carbayu» por estos lares, es tal su longevidad que ha crecido centenario en muchos lugares. Fornido ejemplar dicen las crónicas que fue el que asentaba en la vieja Vetusta, en plena calle llamada Uría, tomando en «carbayones» desde entonces a sus vecinos.

Más al Norte, aquí en Gijón, otra «carbayera» ilustre: la del Tragamón o los «maizales». Asiento entre los años 1972 al 1984 de la llamada «fiesta de la cultura». Mitad fiesta, mitad romería, donde los vientos de libertad de la época llevaron a muchos jóvenes a desgañitar sus gargantas y su ira. Y han querido algunos vecinos, por cierto, andar de aniversario de aquellos días, sin duda afectados por el virus de la melancolía.

Pero el tiempo, implacable juez que todo lo juzga y a todo el mundo ubica, ha tomado en frustración muchos de aquellos gritos de rebeldía y ya sólo los viejos robles del lugar, que silenciosos se marchitan, apenas recuerdan aquellos puños en alto, ahora suavizados por la seda, los cargos, la moqueta y las abundantes canonjías.

Y a ti, mi pequeño alevín de roble, te ha tocado brotar también en tiempos revueltos, y seguro que en tu largo crecer serás testigo de nuevas algarabías. A mí me gustaría acompañarte largos años, alternar contigo mis penas y alegrías y quién sabe si hasta mis cenizas trepen por tu tronco algún día. Espero que sea aún lejano, por el bien de los dos.

Agustín Acebes Fuertes

Gijón

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