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«La consagración de la primavera»

29 de Septiembre del 2013 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

Este año se ha cumplido el centenario de «La consagración», la composición más revolucionaria de Igor Stravinsky. Su estreno, como ballet, tuvo lugar en 1913 en el teatro de los Campos Elíseos, y resultó un verdadero escándalo, con rechazo mayoritario, y desbandada de músicos como Saint Saens. La mala acogida obedeció a su música demasiado novedosa para la época y a la extraña coreografía de Nijinski. Estrenada un año después en versión orquestal, fue mejor acogida, y hoy se la considera como composición básica del siglo XX. Stravinsky preparó también una reducción para dos pianos, estrenada en 1914 por Igor junto a su amigo Debussy, ya tocado de muerte.

La originalidad de estos «cuadros bárbaros de la Rusia escita» no sólo está en su ritmo cambiante, sonoridad, politonalidad-bitonalidad, timbre y demás elementos musicales ––de la mano de un genio creador–, sino también en la temática de un mundo primitivo que sacrifica a una doncella para propiciar a los dioses de la primavera y de la procreación. La versión orquestal consta de 14 números, en que, hábilmente, se alternan fragmentos melódicos con ritmos salvajes desenfrenados que culminan en la danza sacrificial de la doncella elegida, creando una atmósfera selvática de misterio y terror.

Achacada de serialismo, aduce Igor que «los serialistas son prisioneros del número 12, yo me encuentro más a gusto con el 7»; es decir, con la escala tonal. A lo que Debussy añade: «Es una satisfacción ver hasta dónde ha ampliado usted los límites de lo permitido en el ámbito de la tonalidad».

Su exitoso primer ballet, «El pájaro de fuego», estrenado en 1910, con sus suites orquestales, sobre todo con la «Danza infernal de Katschei», es un claro precursor de «La consagración», también influenciada por su maestro Rimski, y por el impresionismo de Debussy en las «introducciones» de las dos partes de esta obra.

Para recuperarla como ballet, a partir de 1921 se modificó varias veces la coreografía, y en 1959 «El Ballet del Siglo XX» la presentó como un ritual de copulación, con bailarines y escenario desnudos, presididos por un tótem fálico. Y en 1941, Walt Disney usó la música de «La consagración» como fondo de su «Fantasía».

Tras «La consagración», Stravinsky fue cambiando de estilo y de género, quizá por no atreverse a mejorarla, pues componer otras obras de igual estilo podría oscurecer la imagen de su obra cumbre. Si bien hubo compositores que se inspiraron en dicha obra, no osaron tratar de superarla. Sólo el mexicano Silvestre Revueltas, sea como creación propia o como homenaje a Igor, compuso en 1937 el breve poema «Sensemayá», que recuerda mucho la «Danza sacrificial», y crea el mismo clima de tensión rítmica, si bien la víctima es ahora una serpiente y no una doncella. Aunque Revueltas (1899-1940) era 17 años más joven que Igor (1882-1971), murió 31 años antes, a los 40. Es posible que Silvestre, de no morir tan joven, con su gran talento creativo y su afinidad con la música de Stravinsky sí se hubiera atrevido a superarla, en temas rituales.

En su larga vida Stravinsky escribió unas cien obras, de muy diverso género y estilo. Entre las más populares, está el ballet burlesco «Petrushka» y, dentro del neoclasicismo, el ballet-comedia «Pulcinella», con decorados de Picasso, basada en fragmentos de Pergolesi, y sus suites orquestales, más asequibles que «La consagración». «Apolo y las musas» se adscribe al barroquismo; «La sinfonía de los salmos», a la música religiosa, y «Las bodas» son escenas campesinas de ritos nupciales, con alegres canciones y humor (un matrimonio se acuesta en la cama de los novios para precalentarla).

El incontenible impulso de Stravinsky de probarlo todo y la versatilidad de su genio le llevaron a experimentar la música moderna, incluido el jazz, y así surgen obras como su «Ragtime», su «Concierto de ébano» y, sobre todo, su obra de cámara (teatro musical e instrumental) «La historia del soldado», con recitados, acción, pantomima y música. Un soldado vende al diablo su alma (su violín) a cambio de poderes mágicos, con los que cura a la princesa. A pesar de que el soldado acaba en el infierno, la obra en tono humorístico –tanto la integral como las suites– resulta hermosa y alegre, con su «ragtime», vals, pasodoble y tango. La obra está en las antípodas de «La consagración», pero, en su género, resulta inimitable. A sus 84 años Stravinsky compuso su personalísimo «Requiem canticles», aportando al antes desdeñado serialismo una nueva dimensión, que resultó ser su canto del cisne, a la vez que su propio réquiem.

El hecho de que la obra de aquellos artistas adelantados a su tiempo, como Stravinsky, no sea apreciada por sus contemporáneos lo ilustra Jean Cocteau con estas palabras: «La obra de quien corre más que la belleza parecerá disforme, pero obligará a la belleza a alcanzarla». Es el caso de «La consagración de la primavera», que, a cien años de su creación, aún no ha sido alcanzada por la belleza.

José María Izquierdo Ruiz

Oviedo

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