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Participación ciudadana

29 de Septiembre del 2013 - José Antonio Coppen Fernández

Como fervientes defensores de la participación ciudadana en los asuntos comunitarios –ya antes de que, en su artículo 23, lo estableciera la Constitución española– podemos hacer un ejercicio de valoración al respecto. Así se habla y escribe hasta la saciedad sobre la participación ciudadana como concepto básico o para el desarrollo de un sistema democrático, porque es el corazón para que pueda latir el mismo. Pero esta actitud ante la vida comunitaria debe estar acompañada de la inquietud por ser útil a los demás de manera vocacional; permaneciendo, eso sí, siempre alerta para no ser utilizado. Los dos rasgos distintivos de la democracia son la alternancia de poder y la participación ciudadana, sin olvidar la transparencia. Si no se contemplan con respeto por quienes más obligados están a ello, o sea, los políticos, entonces estaremos ante una democracia teledirigida, una democracia sin ciudadanos. Y no nos basta con que la apología de la participación ciudadana se limite a las campañas electorales, esencialmente para recabar el voto; porque una vez abiertas las urnas, el espíritu democrático se desvanece. Hasta brilla por su ausencia la democracia en el seno de los partidos políticos, donde la sumisión es la consigna para hacer carrera.

Vivir al pairo de cuanto acontece en el día a día de nuestro pueblo evidencia un desinterés y desconocimiento que daña nuestra dignidad como ciudadano y como persona. Y ser persona es sacar lo mejor de uno mismo, sin miedo al fracaso, para lo que resulta necesario arriesgarse. Jovellanos nos dejó dicho que muchos son siempre forasteros en su propio pueblo, porque nunca se aplicaron a conocerle. Y oportuno es añadir, por nuestra parte, que, cuando el árbol está desarraigado, las hormigas lo toman por asalto.

Subtítulo: Cómo evitar la democracia teledirigida

Destacado:Hemos sido muy ingenuos al pensar que, una vez instaurada, la democracia sería la panacea, de ahí la desilusión, cuando en realidad hay que construirla día a día

Hemos sido muy ingenuos al pensar que, una vez instaurada, la democracia sería la panacea, de ahí la desilusión, cuando en realidad hay que construirla día a día. No vamos a restarles responsabilidad a los políticos del comportamiento pasota de la población sobre la cosa; esa desafección forma parte del binomio que nos ha traído esta situación de deterioro. Hemos confundido democracia con silencio, con desidia, lo que denota ausencia de conciencia ciudadana. Hemos despejado el camino para que los menos capacitados ejercieran el noble oficio de la política, que es un bien necesario, sin exigirles un mínimo de formación y vocación, evitando con ello intereses espurios. Como aquí vale todo, cualquiera puede convertirse en inquilino de un Ayuntamiento, una Junta autonómica, un Parlamento o Cámara de diputados. Y no se les ocurra formularles alguna sugerencia o propuesta, porque en ellos se concentra todo el saber.

En definitiva, más que conveniente, la participación ciudadana en las tareas comunitarias es necesaria, también desde la política. Al fin y al cabo, cuando se ejerce con nobleza, es la manifestación solidaria más antigua y contundente; un compromiso que emana de la conciencia ciudadana. Es, también, una preciosa manera de dignificar la condición humana. De lo contrario, se abona el camino para el nuevo totalitarismo invertido, que según el filósofo y politólogo norteamericano Sheldon Wolin, no es la conquista del poder a través de la movilización de las masas, sino la desmovilización de éstas desde el poder, hasta devolverlas al estado infantil.

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