El Perú es de todos los peruanos
Estas últimas semanas me he visto cercado por preguntas de mis propios compatriotas peruanos y de mis muchos amigos asturianos, frente a lo sucedido en el mundo amazónico. ¿A qué obedecerían tan desconcertantes noticias? ¿Cómo explicar las razones por las que se ha dicho y se ha hecho lo que, indiscutiblemente, nos ha sumido en el desconcierto y ha propiciado tanta acusación? He tratado de escuchar todas las noticias registrado todo cuanto radio y televisión han propalado, y todo lo recogido en la prensa. Me pregunto qué se estarán explicando nuestros compatriotas, para quienes (si se atienen a los medios de comunicación) sólo hay culpables e inocentes, contentos y descontentos.
Lo ocurrido en Bagua tiene que suscitar, por eso, para muchos duros calificativos. Cuando oímos calificar de bárbaros, ignominiosos y salvajes ciertos comportamientos, estamos anunciando desde qué esfera ofrecemos esa calificación. Y estamos proclamando que ignoramos en verdad cómo podemos decirnos firme y feliz por la unión. Es que la escuela no nos ha explicado qué significa ser un nativo en cada una de estas regiones.
Las tablas de valores son distintas. No es que haya ciudadanos que no son como nosotros. Son, como nosotros, herederos de una conjunción de tradiciones venerables con miras a un porvenir enriquecido por un fructuoso conjunto de culturas. La escuela debió explicarlo para que pudieran los estudiantes llegar a su mayoría de edad, umbral de nuestra conciencia cívica, reconociéndose en comunidad con ellos.
La magnitud del conflicto amazónico en Bagua sólo puede explicarse porque expresa el conflicto entre dos modelos de desarrollo en pugna.
El modelo primario-exportador, de extracción de materias primas, ha sido llevado a su extremo con la política neoliberal.
Si en la sierra lo que ha sido dominante ha sido la minería, en la selva ha sido el petróleo y el gas. Pero en ambos casos, sierra y selva, minería y petróleo, los efectos económicos y sociales han sido similares: muy pocos empleos generados; severos efectos ambientales que impactan sobre la salud de la población; y deterioro de la agricultura y la pesca de la que viven los indígenas, mestizos y campesinos de esas zonas. En la selva, esto se agrava con la extracción salvaje de madera y oro, con amenazas a futuro provenientes de las nuevas concesiones mineras y para etanol.
En ambas regiones hay casos emblemáticos. En la selva, la zona del río Corrientes explotada por Pluspetrol, ha generado que más del 90% de los niños tengan niveles tóxicos de cadmio en la sangre; en la sierra ha sido Doe Run en La Oroya el que se lleva el premio. En ambos casos se ha logrado alguna vigilancia ambiental gracias a la presión ciudadana, pero las empresas y el estado incumplen los compromisos asumidos de limpieza y reparación de los daños ocasionados.
La teoría del perro del hortelano de Alan García lleva al extremo este neoliberalismo. Según lo escrito por nuestro presidente, todos esos efectos ambientales negativos no existen, porque "en la actualidad las minas conviven con las ciudades sin que existan problemas…" (seguramente se refiere al caso de La Oroya, ¿o será a Cerro de Pasco?). A su juicio, los indígenas no basan su economía en esas tierras: "Hay millones de hectáreas que las comunidades y asociaciones no han cultivado ni cultivarán, además cientos de depósitos minerales que no se pueden trabajar", ¿de qué creerá García que viven los indígenas y campesinos?, ¿del aire?
El propio Antonio Brack Egg, actual ministro y candidato al premio Principe de Asturias de la Concordia, hace algunos años, desaparecido del Ambiente, nos mostró en decenas de reportajes las posibilidades económicas de la selva peruana.
Varias de estas experiencias se desarrollan con los indígenas. En Madre de Dios hay negocios de turismo ecológico hechos en convenio entre empresarios extranjeros y comunidades nativas. En la selva de Loreto hay pueblos indígenas explotando de manera sostenible la madera. El desarrollo de piscigranjas, por parte de comunidades nativas, ha sido favorecido por nuevas tecnologías del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP) y promovido por gobiernos regionales como el de San Martín. Comunidades awajún han avanzado en su actividad productiva con piscigranjas y mejoras de su cultivo del cacao apoyados por la ONG SAIPE. La propia AIDESEP, hoy reconocida por representar a los indígenas y organizar su movilización, tiene décadas de experiencias exitosas en proyectos de salud y educación.
Hay, además, una gran riqueza por aprovechar en nuestra amazonía. El bosque es un sumidero de carbono, prestando así un gran servicio a la humanidad en estos tiempos de calentamiento global, servicio que debe ser pagado por los países desarrollados que son los grandes contaminantes. La biodiversidad nos puede permitir desarrollar muchos productos de gran valor, sobre todo medicinales, nutricionales y de cuidado personal.
Aprovechar la riqueza ecológica de la amazonía, priorizando sus recursos renovables en vez de limitarse a extraer petróleo, oro y madera a la mala, tiene como gran ventaja su sostenibilidad. El petróleo y el oro, con toda seguridad, se acabarán. El bosque, si se le cuida, no.
El último argumento de Alan García es que el petróleo es de todos los peruanos, y que 400.000 nativos (así dice él en su desinformación o demagogia) no pueden ir en contra de 26 millones de peruanos.
Bueno, yo soy parte de esos millones de peruanos que no somos indígenas. Pero resulta que cuando se vende la empresa Petro-Tech, que extrae el petróleo peruano, su dueño, el Sr. Kallop, dejó de pagar 270 millones de dólares de impuestos. Así lo estableció una Comisión Investigadora del Congreso dirigida por un aprista, es decir, no de la oposición sino del Gobierno. Pero no se ha movido un dedo para cobrar ese dinero. ¿Tendrá esto alguna relación con los vínculos de Mr. Kallop con la campaña electoral de Alan García que un medio de circulación nacional revelara semanas atrás?
Además, por cierto, prácticamente toda la explotación petrolera en el Perú es hecha por transnacionales. Petroperú ya no explora ni explota petróleo, como sí lo hacen ENAP de Chile, Pemex de México, Petrobras de Brasil o Ecopetrol de Colombia, para hablar solamente de países vecinos que no registran cambios políticos más nacionalistas como Venezuela, Bolivia o Ecuador.
Además, cuando se concesionaron los lotes petroleros, el ex ministro y congresista aprista Rómulo León, junto con el aprista Manuel Químper vicepresidente de Perúpetro, y Fortunato Canaán, a quien el ex premier aprista Jorge del Castillo visitaba en su suite y que hacía costosos regalos al ex ministro aprista Hernán Garrido-Lecca, hicieron un faenón.
¿Disculpe, Dr. Alan García, ese petróleo que pertenece a los 26 millones de peruanos, podría decirnos más o menos cuánto nos beneficia a los 25 millones 999.900 peruanos que no somos del cogollo del Gobierno? Lo cierto es que los impuestos y regalías pagados por el petróleo en las últimas décadas no llegan ni al 5% de los ingresos del Estado.
Pero la gran cuestión en debate hoy es si cualquier propuesta de desarrollo para la selva peruana puede hacerse en contra de sus habitantes, indígenas y mestizos. Para el neoliberalismo extremo, como el petróleo y el oro valen mucho, no importa que su explotación les cueste la vida a los pueblos que allí habitan desde milenios atrás. Al extremismo ideológico le sale su vena autoritaria.
Hay otra posibilidad. La de un desarrollo de la amazonía y de la sierra que sea económico y social, con su gente y no contra ella, mediante acuerdos y no puras imposiciones, que respete el medio ambiente y sea sostenible. La extracción de petróleo, oro y madera pueda darse, en este esquema, de una manera limitada, cuidadosamente regulada y en acuerdo con los pueblos indígenas. Sólo así, la riqueza de nuestra amazonía servirá para que la mayoría de peruanos, y sobre todo los más pobres, se vean beneficiados por esa riqueza que, como dice la Constitución, le pertenecen a la Nación, y no al doctor Alan García Pérez.
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