Fuera del cartel
Ajenos a la eterna polémica por la rancia programación musical mateína ellos siguen a lo suyo. Como creen en lo que hacen y además les gusta sobrellevan estoicamente las crisis, el ruido, las inclemencias del tiempo y algunos desprecios. No necesitan manager, padrinos, ni amigos en los ayuntamientos ni en una industria musical que se derrumba sin remedio. Quizás porque nunca han formado parte del negocio observan indiferentes como las fieras que mueven los hilos del cotarro han empezado a devorarse entre ellas. Veteranos, curtidos y escépticos, asumen su papel sin grandes ambiciones personales. Uno está tan acostumbrado a su compañía que sólo nos acordamos de ellos cuando no los vemos o no los oímos. Son la banda sonora de la ciudad de Oviedo y, fuera del cartel, elevan su arte y la música por encima del ruido de las fiestas. Estos son algunos de ellos.
El acordeonista del Campo de San Francisco: Toca y canta en torno al estanque, esquina del paseo de los italianos, junto al banco donde el barquillero leía las novelas de Estefanía. Balancea el hombro izquierdo con suavidad, sacando y metiendo el aire, al ritmo con que el viento mueve las hojas en el castaño de Indias sobre su cabeza. Su voz desgarrada y rota sale como un vómito tras una mala digestión y se propaga por todos los rincones del Campo. Canción protesta, bilis desbocada que estremece a paseantes, patos y árboles centenarios, desde las raíces hasta las copas. Músico de raza.
El violinista de Gil de Jaz: Este veterano músico es ya un clásico de nuestras calles. Sonido agudo y dulce para sosegar el paso y relajar a los apresurados peatones de la "city" ovetense. Al reclamo de las armonías acuden algunos pavos reales. Música clásica para amenizar las conversaciones de las señoras que toman el café en las terrazas. De aspecto gentil y agradable, aquí perdió Mauro un modelo a escala más humana para su escultura del auditorio. Todo un lujo.
El cantante de Caveda: Frente al bingo, a capela y sentado en una silla baja mastica lentamente cada silaba con un estilo muy personal elevando su educada voz por encima del transeúnte de estos tiempos, ese que habla a gritos a un aparato y mira al suelo gesticulando. Con pinta de anglosajón, domina los standars americanos y se atreve con boleros, rock nacional, música cubana y tangos. Maravilloso, algo nuevo.
El trompetista moldavo de Villa Magdalena: Músico de formación clásica que sopla en la calle R. Oviedo, frente al palacete, de espaldas al tráfico. Se atreve con melodías de películas de los años 50, Ravel, Miles Davis o Louis Amstrong, y es un bálsamo mientras esperamos a que el semáforo más pesado de la ciudad se ponga en verde. Cuando está animado puede sorprendente y arrancarse con un mariachi. Un sonido brillante y potente que últimamente ha hecho florecer al magnolio que tiene delante sospechosamente. Simpático, agradece la moneda sonriendo con los ojos.
Enrique Álvarez-Santullano Fontaneda. Oviedo.
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