El arca, ¿con diluvio o sin diluvio?
Gozando de una buena salud, desearíamos ser como las florecillas del campo para poder agradar o alegrar a todos, como es el caso de la carta aquí publicada de mi amiga Teresa Carrera, dando las gracias por el servicio del párroco de San Pablo de la Argañosa y por la decisión del Arzobispo de enviarlo a la parroquia donde se encuentra su madre. Otro caso contrario es el de don Andrés Pérez, que tiene a su madre enferma y se le traslada a Tapia.
El señor arzobispo no tiene una varita mágica como la de Harry Potter y, en una época de pocas vocaciones, no puede buscar lo que externamente parece mejor para cada sacerdote.
Detrás del amor humano que todos necesitamos, el amor a Dios es un don que sólo Dios lo puede dar al que busca con sinceridad, como sólo se ve a los ojos de la fe, creemos que todo sea para bien. Más allá de lo clerical y de lo eclesial, abrazar a toda la humanidad en todo acontecimiento del mundo, más allá de los razonamientos y las preferencias humanas.
Junto al servicio de los sacerdotes uno el de los médicos, los maestros, los jueces, los políticos, los sindicalistas y demás ciudadanos, en el ámbito público o privado, para que trabajen por el bien común de la sociedad.
Como creyente sería ésta una plegaria, como incienso en la presencia de Dios, y para los otros creyentes, sería como esa masa crítica de la que habla la física cuántica para que todos juntos podamos construir un mundo mejor.
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