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Para la terapia de esta semana

28 de Septiembre del 2013 - Francisco M Domínguez Menéndez (Avilés)

En la teología marxista, principio que señala el ateismo como una verdad científica, la humanidad es Dios. De esta reflexión hemos de deducir que si consideramos humanidad a todos los seres vivos biológicamente diseñados para el pensamiento, sea éste racional o no, de Dios solo sabemos que comienza siendo polvo de estrellas, se incuba en la mar oceánica para acabar, según los científicos de la ONU y si este Dios universal no lo impide, en simple polvo planetario.

Otra deducción lógica, basada en el ateismo científico, es que Dios evolucionó desde una preadolescencia simple, trashumante y subsistente, hasta su primera etapa adolescente, compleja y productora de bienes privados, causante de la incineración progresiva del medio.

De todas formas, no nos pongamos tristes ni excesivamente trascendentes: si el calentamiento global no acaba con el Dios marxista por exceso de calorías, comodidad sedentaria y exceso desproporcionado y mal repartido en la producción de bienes, lo hará el Sol por todo lo contrario. Sí o sí, este Dios del ateismo marxista está condenado a la extinción, salvo que el mismo Dios evolucione científica y tecnológicamente hacia otras esferas celestes.

Se darán cuenta que para el ateismo científico Dios, además de tener capacidad reflexiva, camina erguido sobre dos piernas, el resto de animales no forman parte de esta divinidad, sólo sirven para cerrar el círculo de las cadenas tróficas cuya misión es hacer más grande a Dios. Son simples comparsas, una creación imperfecta desnuda de todo tipo de pensamiento, por tanto incapaz de comprender su misión en el mundo. Y menos mal, de entender con precisión la maldad divina nos dejarían a todos calvos.

Claro que, de vez en vez la naturaleza divina da un quiebro biológico para formar cuerpo en una sola persona y es entonces cuando la teología marxista pierde en apariencia su fundamento. Son seres humanos pero de intelecto superior, cuerpos celestiales avanzados a su tiempo que vienen a demostrar la evolución divina de la humanidad. En ellos radica todo el saber desde los orígenes del universo. Son al ámbito terrenal intelectual lo que la partícula del Dios Creador a la masa.

Para aquellos que necesiten como terapia redentora leer para creer, se ruega encarecidamente descubran en solo cien líneas la excelencia de la divinidad crítica con Los Insaciables. No confundir con Los Miserables de Víctor Hugo, que ya quisiera el francés instalado en el Panteón parisino estar a la altura omnisciente de nuestro Javier Neira. De nada Javier.

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