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Médicos y santos

4 de Octubre del 2013 - Ángel García Prieto (Oviedo)

La popular fiesta mierense de los Mártires de Valdecuna, Cenera, San Cosme y San Damián, da pie para recordar que el santoral cristiano está lleno de santos sanadores, porque popularmente es extensa la costumbre de pedir la salud a Dios a través de estos intercesores, patronos del lugar, titulares del nombre que uno mismo tiene o, sencillamente, con fama de dadivosos en gracias curativas.

Sin embargo, ya no son tantos los médicos que están en el canon de santos de la iglesia. Ya se sabe que en esto de la santidad sí son todos los que están, pero no están todos lo que son. Y, así, millones de médicos de todas las épocas están o estarán destinados a gozar de la gloria del cielo, pero sólo unos pocos han pasado al reconocimiento de ejemplaridad del santoral católico.

En los albores del cristianismo está san Lucas, el colaborador de San Pablo y evangelista, que era médico. Tres siglos más tarde, en el IV y en Siria, dos de los cinco hermanos de una familia de mártires en la persecución del emperador Diocleciano, San Cosme y San Damián, eran también médicos. San Blas, armenio de origen y médico antes que obispo de Sebaste, fue igualmente mártir en la última persecución romana del siglo IV.

Más de mil años después, en el Renacimiento italiano, aparece la figura de otro: San Antonio María Zaccaria, nacido en Cremona en 1502. De noble familia, estudió en Padua la carrera de Medicina, que ejerció, con preferencia entre los pobres, hasta 1526, para hacerse luego sacerdote y fundar cuatro años más tarde la congregación de las Barnabitas. Falleció en su ciudad natal a los 37 años. Y fue canonizado en 1897.

Ya mucho más cerca de nuestros días, también en Italia, a la lista se añade Ricardo Pampuri, canonizado en 1989. Nacido en el pueblo lombardo de Trivolzio, estudió la carrera y se doctoró con la máxima calificación en la Universidad de Pavía, después de haber interrumpido sus estudios al incorporarse en el ejército durante la I Guerra Mundial. Ejerció la medicina en Marimondo y luego ingresa en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, y enferma de tuberculosis dos años después, para fallecer en 1930.

El Papa Juan Pablo II canoniza en 1987 a Guiseppe Moscati, un médico de la ciudad de Benevento. Había nacido en 1880 y falleció cuarenta y siete años más tarde; hijo de un magistrado, tuvo una brillante carrera profesional en la que alternaba la enseñanza universitaria con la práctica privada y pública de la medicina. Se caracterizó por una dedicación muy humana a los enfermos y por la generosa entrega a los enfermos indigentes. Supo enfrentarse a los problemas sociales y cívicos de su tiempo y su ciudad, y llegó a demostrar la coherencia de su fe y su intachable conducta.

También una italiana, la doctora Gianna Baretta, ha sido canonizada hace pocos años, tras haber fallecido heroicamente después de haber dado a luz a su cuarto hijo y preferir la vida de éste a la propia. Padecía un fibroma de crecimiento rápido, por el que le habían sugerido un aborto que ella rechazó.

Murió a los 39 años, en 1962. Había ejercido la pediatría en el Nido de Asilo de Puerto Nuevo, una institución de caridad de Génova.

Estas líneas no son un elenco exhaustivo, hay muchos más médicos santos y muchísimos más santos no médicos, pues la santidad anima todo tipo de actividades y profesiones. Pero si consideramos el «alma médica como el conjunto de valores que se da en un hombre inclinado ante otro ser humano postrado», quizá en los médicos pueda haber un pequeño plus de posibilidades para la generosidad, que es una de las condiciones para ser santos.

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