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Clariván, el personaje invisible

5 de Octubre del 2013 - Luis Álvarez Fernández (Gijón)

¿Por qué invisible?, porque vivió en una época en la que hacerse invisible era necesario para sobrevivir, y si no te hacías invisible, el Régimen que surgió tras la Guerra Civil a los que con el tiempo podían convertirse en «francotiradores ideológicos» los minimizaba hasta convertirlos en invisibles para el resto de sus vecinos, procurando colocarles el «sambenito» de «don Nadie» como seña de identidad y desprestigio. Antonio Argüelles, «Clariván», fue un hombre que se hizo así mismo, y como tantos de nosotros creció sin maestros, sin profesores que orientaran su vida, aunque sólo fuese indicándonos hacia dónde quedaba la Estrella Polar.

¡Pobre de aquel al que se le ocurriera pensar en voz alta y escribir criticando una acción u omisión que afectase a los mandases! Multas por toser al paso del alcalde, 72 horas de privación de libertad en lo que llamábamos «el cuartón» (un lugar oscuro, mal ventilado, con los olores de orina y vomitadas de algún borracho pendenciero, con un mal catre con colchón de «fueyas rugidoras», hojas secas de maíz).

Antonio Argüelles solía decir que su escuela/universidad había sido la calle, entendiéndose por «calle» las personas del pueblo, con sus problemas, sus inquietudes y también sus fiestas y diversiones. De ahí que cuando comenzó a escribir nada le era ajeno, desde el fútbol hasta los problemas municipales, todo lo que en su opinión mereciese la pena ser aireado lo fue reflejando en incontables artículos enviados a distintos periódicos. Un día me contó que habría escrito más de cinco mil artículos y que guardaba las copias de ellos. Sería muy interesante que se conservaran en un lugar adecuado y al alcance de investigadores; contienen la historia de Pravia de más de medio siglo. Es la herencia que deja a los pravianos.

Cuando comenzó a escribir todos los habitantes del pueblo preguntaban «¿quién es este Clariván? Durante un tiempo se hicieron cábalas sobre el personaje, se le atribuía a algún profesor del Colegio San Luis, pues todos decían que estaban tan bien escritos que tendría que ser un profesor o el mismo director. Clariván, que entonces contaría con quince o dieciséis años, con estos halagos encubiertos se sentía recompensado. Sólo dos personas conocían la identidad del escritor. Una de ellas era el citado director y la otra, Ciro Solís, peluquero y gran aficionado al fútbol. Era por entonces alcalde de Pravia un ex militar, que viéndose censurado por el periodista llamó a Ciro Solís a su despacho y, después de amenazarle, le obligó a que revelase su nombre. Estábamos en la primera mitad de la década de los cincuenta.

Fue «inquilino» durante 72 horas del «cuartón» ya descrito, había criticado la compra de nuevos trajes para los guardias municipales. Crítica que utilizó el alcalde para cumplir una promesa que había hecho. Meses más tarde, en una entrevista vis a vis propiciada por Emilio Arango, en el local de su librería, ambos se estrecharon las manos en señal de mutua reconciliación, lo que prueba la generosidad de su corazón.

Clariván, en algunas estrategias políticas, se adelantó a su tiempo. ¿Recuerdan ustedes el Sindicato Vertical?, tan denostado entonces hasta que CC OO optó –como táctica– por entrar en él y luchar desde dentro; pues bien, Clariván, según su leal saber y entender, comenzó a ejercer como sindicalista (afiliados lo estábamos todos, era obligatorio) y a utilizarlo como plataforma para reivindicar cuestiones tales como la planteada en Grado ante el gobernador civil, Labadie Otermín: Pravia necesitaba un instituto de Segunda Enseñanza, y la mayor necesidad era por las chicas, que no tenían dónde estudiar. Fue un combate duro, lo elogiable en Clariván es que no tenía hijos, su lucha era por los hijos de los demás.

Sería injusto si olvidase dos aspectos de su carácter, uno de ellos es que le gustaba cantar y, de hecho, fue uno de los fundadores del Orfeón «Santiago López», y el segundo, menos conocido, le gustaba actuar en obras de teatro, sobresaliendo como actor. Cuando salía a escena, su presencia, diría mejor su arte, producía en el espectador la sensación de llenar él solo todo el escenario.

Éste es el hombre que nos dejó el día 24 de septiembre. Quisieron convertirlo en un personaje invisible, no sé si lo consiguieron, pero si lo lograron fue con su ayuda, jamás presumió de lo que hoy cuento aquí, se sentía una persona del pueblo, su universidad fue la calle, y su obra, sin ser consciente de la misma, consistió en devolver todo lo bueno que de esta universidad había recibido.

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