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Nostalgias que matan

3 de Octubre del 2013 - Paco Domínguez (Avilés)

La nostalgia es como un mal resfriado que si no lo curas bien te puede acabar matando. A esta España de toros, tomatinas, cremats y exaltaciones varias, la está aniquilando, junto a la corrupción política, el recuerdo indigesto de la VIII legislatura.

Aquel 14 de marzo de 2004, contra pronóstico de penúltima hora, ganó las elecciones un bisoño Zapatero, líder circunstancial llamado a carbonizarse en la travesía del desierto socialista antes que ocupar plaza presidencial en el ejecutivo de la nación. Pero ya lo dice la canción: sorpresas te da la vida. Aunque, en este caso, la sorpresa se produjo tres días antes de las elecciones en forma de acto salvaje perpetrado por el terrorismo yihadista.

Las circunstancias posteriores que rodearon el luctuoso suceso fueron de total despropósito. El empecinamiento del ejecutivo de Aznar en apuntar la autoría de los hechos a la banda terrorista ETA y el mantenela y no enmendalla del día después, en un intento desesperado por ganar tiempo, cuando ya la prensa extranjera se había decantado oficialmente por señalar la culpabilidad del terrorismo de cuño islamista, fue el embrión de toda una estrategia secundada por la prensa conservadora y ultraconservadora domésticas que, bajo el nombre genérico de Teoría de la Conspiración, abrió una herida social que aún sangra debido al interés inconfesable de algunos provocadores que ponen todo su empeño en mantenerla abierta periódicamente.

Si no somos capaces de vencer al virus inoculado por la sinrazón de agentes extranjeros vinculados al extremismo islámico, mucho menos lo seremos de reconciliarnos bajo un mismo sentimiento nacional después de haber sufrido el deterioro fraticida de una España partida en dos.

Algunos autores nostálgicos del aznarismo manifiestan su firme convencimiento de que todos los males económicos, sociales y políticos tienen su origen en el mencionado atentado. Es más, algunos creen, y aquí está la madre del cordero, que el movimiento separatista catalán no tendría lugar bajo el recto proceder implacable del supernacionalismo aznarista, atribuyendo un carácter salvador de la unidad de España a quien reactivó con sus invectivas el despertador histórico del nacionalismo catalán.

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