12 de octubre

17 de Octubre del 2013 - Juan Ángel García Pérez (Lugones)

Cada país se celebra a sí mismo en alguna fecha especial, celebración de la propia identidad como sociedad organizada en convivencia exitosa.

Acabamos de cumplir con este rito. ¿Cómo se vivencia en lo concreto esta liturgia? Salta a la vista que no se trata de una fiesta popular, donde la población en general participe de festejos y alegría espontánea. Más bien se reduce todo a unos actos institucionales bajo estricto protocolo. ¿Y en qué consisten? Se honra a la monárquica y patriarcal jefatura del estado, con pleitesía de todas las altas instituciones democráticas, que la reverencian. Y se resume la esencia de lo que somos como estado por medio de un desfile militar y honores a los soldados caídos en acto de servicio. ¡Qué extraño que en nuestros tiempos no se prefiera un encuentro con el mundo universitario o de la investigación, o una concentración de la escuela, quizás una reunión de trabajadores y trabajadoras fabriles, o de dirigentes de la banca y la alta empresa, tal vez un homenaje al mundo sanitario, o a los tribunales de justicia o la policía! Se prefiere un alarde de fervor militar patriótico, como sustancia de lo que nos sentimos o a lo que aspiramos como país. Y sin faltar el canto-oración al dios único de la fe, coronado por la intervención de un capellán católico, pues parece que nuestro estado no sabe celebrarse sin la bendición confesional de un cura militar.

¿Qué contar a nuestra generación más joven, que quiere entender qué se espera de la convivencia democrática y hacia dónde construir la sociedad que somos? Cierto que este mal no se limita a España, pues otros muchos estados recurren a sus ejércitos como símbolo de su identidad, con desfiles y armamento por las calles. Que aprendan quienes se dedican a la cultura, a la judicatura, a la empresa, que al fin son nuestras armas y soldados quienes resumen nuestra verdad. Gentes dispuestas a matar y a morir por la patria, signifique esta lo que cada quien pueda entender. Y jerarquía, desde la masculina cabeza coronada por pretendida herencia genética, bajo la cual se cobijan las dignidades democráticas, más o menos. Todas ellas (cabeza coronada y dignidades democráticas, más o menos) silenciosas durante la oración católica, que ya lo dice ella misma, se refiere a una verdad por encima de lo que puedan disponer las votaciones humanas.

Si esto aprendieran nuestras mujeres y nuestros hombres jóvenes, apañaditos iríamos. Esperamos que, más inteligentes, sigan sin prestar atención a una fiesta que ya no significa casi nada para la mayoría de la población española. Al menos confiamos en que no sigan la institucional y complaciente retransmisión televisiva. En Madrid también se preocupan de que la gente quede lo bastante lejos del palco presidencial, no se vayan a enterar de que el rey, o el príncipe, son meros humanos disfrazados.

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