A Elena Benarroch
No salgo de mi asombro al leer en LA NUEVA ESPAÑA del 6-10-13, las declaraciones que Elena Benarroch hace refiriéndose a la reina Isabel. Ella, que en sus mismas declaraciones presume de educada, emplea un léxico chulesco y tabernario que no quiero repetir, por no manchar la augusta figura de doña Isabel I, reina de Castilla; la mejor reina que hemos tenido los españoles en todos los tiempos. Como judía se siente agraviada por la expulsión de sus antepasados de España. Fue una decisión política, tomada por políticos, que sus razones tendrían. Para interpretarla hay que situarse en la mentalidad del hombre del siglo XVI. En nuestro siglo, la gran reina no habría tomado esta decisión.
Como de estirpe judía, Elena Benarroch ha tenido que leer la Biblia. Pues bien, poniendo por delante su religión, en nombre y, según ellos, por mandato de Yavéh, los israelitas, después de salir de Egipto, vinieron decididos a conquistar Canaan, tierra habitada por los cananeos, sus legítimos propietarios. Los caudillos judíos, Moisés y Josué, no dudaron a entrar a sangre y fuego en esta tierra. Acosaron la ciudad de Jericó y milagrosamente al sonido de las trompetas de los sacerdotes y las vueltas del Arca, caen sus murallas. A continuación pasan a cuchillo a todos sus habitantes. No corre mejor suerte el resto de los cananeos que tienen que huir o ser masacrados.
Nadie, hasta ahora, a Moisés ni a Josué los ha llamado «canallas, cabrones o repugnantes», a pesar de haberse portado como verdaderos genocidas asesinando y masacrando al pueblo cananeo, sin respetar a mujeres o niños.
Y qué decir del actual pueblo de Israel, que tiene sojuzgado y sometido a una semiesclavitud al pueblo palestino, al que también han despojado de sus tierras y propiedades y al que no dejan levantar cabeza, siempre bajo la amenaza del poderoso Ejército judío.
No hay gente más intransigente e intolerante que los judíos observantes, a pesar de vivir en el siglo actual. Y lo puedo afirmar por mi propia experiencia personal.
Paseando por Jerusalén, cogido de la mano de mi esposa, fuimos insultados por unos individuos ataviados con un ridículo traje y con un sombrero con tirabuzones.
Elena Benarroch: no me merece ningún respeto.
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