Sentimiento racional o ceguera
Poco a poco, ya desde inicios de la transición y con la «venia» y cesión de la totalidad política, se fue abriendo un boquete hoy difícil de restañar: el independentismo catalán. De siempre han sido las orejeras camaleónicas (aquí no pasa nada), complicidades de los grandes partidos y gobernantes de derechas e izquierdas moderadas «apuntalados» por los votos necesarios de nacionalistas que les incapacitaron para tocar la reforma electoral. Hoy, además de esa misma actitud por parte de los grandes partidos, coexiste la farsa e incoherente demagogia radical de las izquierdas regionalistas que también se dicen nacionales, PSC, IU (qué diferencia con la de Anguita). Estos últimos sólo tienen ojos y tiempo para pedir «castigo a apologías franquistas» pero no comunistas (causaron éstos más de 70 millones de muertos en distintos conflictos, muchos más que el franquismo). Eso sí... tienen ojos y tiempo para apoyar «emancipaciones» y derechos a decidir en España de catalanes, vascos, gallegos y... lo que se ponga por delante pero... calladitos ante lo que a ellos acá y más allá afecta: apología práctica del asalto comunista de su ya «empapelado socio Gordillo», el patio corrupto-andalusí (a cuyo Gobierno pertenecen) y sus tiranos amigos de: Cuba, Venezuela, China (la de la fachada capitalista y «mugres» derechos humanos) Irán, etcétera.
Y es que cuando el sentimiento ideológico y de los votos, no la sensatez nacional, llevan el timón de un partido, sea este el que fuere, nos tememos lo peor. Y lo peor llega como es el caso de nacionalistas de CIU, Esquerra, etcétera, que rebuscan argumentos justificadores para implicar y manipular a los menores participantes en la cadena de la Diada. ¿Cómo no van a repetir éstos, como loritos: «España nos roba», «España se tiene que rendir», etcétera, lo que en sus escuelas, TV3 y demás medios apesebrados vienen aprendiendo a partir de historias falsas, mentiras, insultos y odio al resto de los españoles? ¿Pero cómo se tiene la cara tan dura de querer justificar este proceder de niños que no tienen edad ni madurez suficiente para procesar y asumir, como propio, lo que están diciendo...? ¡Ay, aquellas escuelas-cursillos veraniegos (cursos d’estíu) de la Rosa Sensat del rigor, flexibilidad y respeto al niño y que, mucha progresía catalana, hoy veteranos, entonces asumían! ¡Qué diferencia con el repetir automatizado o «lavado cerebral» que esta gran pedagoga catalana detestaba!
Solamente un poco de sentido común, ayudado por la experiencia histórica para evitar repetir conflictos, hacen comprender (sin necesidad de grandes estudios) que la convivencia de un pueblo con distintos sentimientos y muy distintas y radicales formas de pensar sólo es posible con una norma flexible, respetuosa de sentimientos no exacerbados y unificadora en un conjunto. La unidad (familiar, asociativa, de una nación, etcétera) dentro de la diversidad sin ceguera siempre será un bien moral que defender.
Cosme Ruiz Pérez
Gijón
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