Escándalo y despelote
Congreso de los Diputados. Se debate la ley del Aborto, que tantos «abortos» verbales, de agresiva dialéctica, está produciendo en la oposición y en otros partidos afines ideológicamente. El asesinar a niños no nacidos, pasarlos por una trituradora criminal, no tiene importancia alguna para los defensores del aborto. Y cuando en el Congreso, el ministro Gallardón, muy gallardo él, exponía a sus señorías la importancia de su ley, he aquí que, en la tribuna de invitados, cuatro ciudadanas jóvenes, de muy mala pinta, se encaraman sobre la barandilla, desnudas hasta la cintura, y comienzan a gritar, violentas y gesticulantes, montando el número padre. Asombro y perplejidad en sus señorías, en un principio, pero luego sus ardientes miradas no se apartaban de aquellos pechos cimbreantes, agitados, que ponían en órbita hasta al mismo presidente del Congreso. Creo que alguno se quedó bizco ese día.
El escándalo fue mayúsculo, y las agresivas tetudas, defensoras del aborto –creo que, para más recochineo, tres de ellas eran extranjeras– fueron desalojadas con un fuerte forcejeo, porque las impúdicas exhibicionistas de tan generosas y exuberantes domingas se resistían a abandonar la tribuna, que no es la primera vez que enlodan personajes de igual o parecida catadura. Nada, que la Cámara baja, entre algunos diputados desde sus escaños y ciertos personajes –o «personajas», como diría aquella ministra– desde la tribuna de invitados convierten el Congreso en un verdadero patio de vecindad.
Lo vergonzoso e indignante de todo esto es que nos vengan ya de fuera, en este caso unas tetudas extranjeras, a inmiscuirse en nuestras vidas y a tratar de manipularnos a su antojo. Claro, con un don Tancredo en la Moncloa, que todo lo traga y permite, a nadie puede extrañar ya que Celtiberia se haya convertido en un país de coña y pandereta.
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