Paz perpetua

10 de Noviembre del 2013 - José Antono Coppen Fernández

Sin ningún tipo de discriminación, ni de clases sociales ni de otras índoles, la muerte es la más incuestionable de las verdades de la existencia humana, a la par que justa; es con la que, al final, todos conseguiremos la paz, pero la paz perpetua, a cambio de todo lo demás. Aunque ya sería tarde para que nos sea útil en esta vida. Y, sin embargo, debemos reconocerlo, transitamos como si fuéramos a vivir eternamente. Si se pensara que no es eterna, muchos no pasarían media vida en hacer miserable la otra media. La mayoría de las personas nunca piensan que un día finiquitarán, porque la liturgia de la muerte los sobrecoge. Si se percataran de esa verdad, controlarían y suavizarían más sus comportamientos.

Subtítulo: Reflexión sobre lo que significa la muerte

Destacado:Necesitamos la vida entera para aprender a vivir, y también cosa sorprendente para aprender a morir

En efecto, necesitamos la vida entera para aprender a vivir, y también –cosa sorprendente– para aprender a morir. Salvo en casos prematuros, el final llega tras una vejez que con el tiempo se ha ido labrando. Desde la atalaya de la edad, cuando se cosecha lo que se ha sembrado, uno se convierte en espectador de su propia trayectoria. Es, en definitiva, la más determinante prueba de madurez psicológica, pues aglutina conocimiento, experiencia y gobierno de uno mismo. Reconozcamos que, acostumbrados a vivir la pereza y el respeto o miedo, nos hace huir de pensar en el final, máxime si se llega a disfrutar de una vida regalada. Alguien advirtió que se debería llorar cuando se nace, no cuando se muere.

Más pronto que tarde hay que asumir que todos tenemos fecha de caducidad, aunque, por fortuna, la desconocemos. De lo contrario, el tránsito por este mundo sería un sinvivir. Puede servir de consuelo el que morir no es otra cosa que cambiar de residencia, con la ventaja de que no es necesario equipaje material para la mudanza. Otro planteamiento es el espiritual para las personas de fe, que es el principio de otra vida en función de la trayectoria de ésta. Cada día se hace más hincapié en la ausencia de valores de la sociedad actual, sin duda para muchas personas por la pérdida de una vida espiritual. Allá cada cual. Voltaire nos dejó esta perla: «Si Dios no existiera, tendríamos que inventarlo».

Oportuno es recordar que no toda la existencia humana es vida, sino tiempo. Sin entrar en detalles, por obvios, el período que vivimos es corto, porque en buena medida nosotros contribuimos a ello: perdemos muchos tiempos. El resto, no obstante, es suficientemente largo para emprender grandes aventuras. Evitamos señalar ejemplos de todos conocidos, y que dejaron huella imperecedera, pese a su corta estancia entre los vivos. Por ello, las reflexiones sobre la vida deberían conducirnos mediante el sentido de la razón y la búsqueda de la verdad en esa especie de manantial de conflictos que todo ser ha de afrontar al cabo de la vida. Y, así, también percibiremos que nuestra actitud última va cambiando hasta alcanzar la madurez. Tengamos siempre muy presente la advertencia de los estoicos de que lo que ocurre tiene que ocurrir, incluida la muerte, y no hay que darle más vueltas. Por su parte, Leonardo da Vinci nos dejó este lúcido mensaje: «Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte».

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