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El triste drama de la inmigración

17 de Octubre del 2013 - José Antonio Gutiérrez Glez. (Piedras Blancas)

A la mayoría de los que habitamos en el primer mundo, puede resultarnos difícil ponernos en la piel de la de los millones de seres humanos de los países subdesarrollados que intentan llegar a este lado del mundo en busca de los restos que van quedando de nuestro bienestar. Las tragedias de la isla de Lampedusa --han sido varias en los últimos días--, nos han traído el drama a nuestras pantallas, hiriendo nuestra sensibilidad. Mas en el mundo existen otras muchas lampedusas, como puede ser el frecuente intento de saltar la valla en Melilla y la llegada de barcas hinchables en la que inmigrantes pretenden pasar de Marruecos a Andalucía, son prueba de varios ejemplos más cercanos a nosotros.

Hoy, que todo se cuantifica y se somete a la estadística, nadie conoce con exactitud el número total de seres humanos que siguen perdiendo la vida cada año haciendo travesías imposibles a bordo de precarias barcazas y pateras. Claramente, me refiero a los desheredados, a aquellos que no tienen derechos, a los que nunca han tenido la posibilidad de elegir. Hablo, por supuesto, de aquellos que, en este mundo desarrollado, tienen menos valor que un animal de compañía; a los que se enfrentan a los elementos y siempre salen perdiendo. En definitiva, a los que luchan por alcanzar la tierra prometida.

Nuevamente la muerte golpeó las aguas del Canal de Sicilia, a 70 millas de la isla italiana de Lampedusa, por la inmersión de una nueva patera con 250 inmigrantes clandestinos de los que se cobró cerca de 40 vidas, entre ellas la de 10 niños, dejando a más de dos centenares de supervivientes rescatados en el mar. Solo una semana después de que otra barcaza con 500 inmigrantes de Eritrea y Somalia volcase frente a la misma isla, entre Túnez e Italia, dejando 364 fallecidos, según el balance oficial tras dar por cerrada la operación de salvamento.

La isla de Lampedusa se ha convertido, pues, en un inmenso cementerio marino hasta donde surcan cadáveres innominados de ahogados que no han sobrevivido a su última singladura en el mar Mediterráneo. Lampedusa es una esquela sin nombres conocidos clavada en el tablón de anuncios de los informativos. Es un continuo naufragio que ahoga muchísimas esperanzas de salvación.

Entra dentro de esa clase de noticias que por repetidas, por frecuentes, ya ni nos conmueven. No son nuestros muertos, no forman parte de nuestro recuerdo. Por incómodos y molestos, no rezaremos por ellos.

Los desheredados de la tierra que consiguen arribar a Europa sienten y presienten que han llegado a donde ya no es posible retroceder. Y no retroceden. Lo que viene a demostrar algo primordial: que es necesario actuar con una política eficaz y más atractiva antes de que se produzca la irreflexiva salida de pateras. Es decir, actuar previamente en los países de origen --aunque se nos dice que ya se está haciendo algo-- contra las bandas organizadas que los embaucan y empujan hacia las distintas fronteras europeas.

Pero, entre tanto, el drama continúa con miles de personas jugándose la vida y la de muchos niños, para poder alcanzar Europa, la que ellos creen que sigue siendo un paraíso terrenal.

No nos engañemos, por mucha crisis que nosotros estemos padeciendo, mientras en su país tengan hambre y no cuenten con un futuro menos desolador, tozudamente seguirán tratando de llegar a Europa y, por ende, a Italia, España... ya que en el peor de los casos es preferible perecer en el intento que esperar impasible una muerte que se les presenta segura. Indudablemente, por necesidad tratarán de llegar muchos más.

Todo ello, una vez más hace que sintamos vergüenza de los gobernantes de esta Europa decadente e inmoral que, cada día que pasa, parece querer devolvernos a la época de las cavernas. No hay derecho.

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