Asturias llora por Juan Rodríguez
Te levantas una mañana y te enteras de que un amigo tuyo, que dedicó la mayor parte de su vida al bienestar de los demás, ya no volverás a verlo ni podrás oír su tímido y suave tono de voz.
Aunque la muerte sea algo natural, eso no exime que siga siendo doloroso para todos; y peor aun cuando resulta ser una persona allegada y muy estimada.
¡Juan Rodríguez ha muerto!
Aún no lo crees. Llega el día del funeral y después de toparte con el llenazo de la iglesia y sus alrededores, sin olvidar la mezcla de lágrimas y lamentaciones blancas y negras que inundaban el ambiente ceremonial de la misa de despedida, vuelves a la realidad, dándote cuenta de que fue un día muy triste para los polesos, peregrinos, belenistas...
¡Juanín ya no estaba!
Ante tal injusticia, ojalá podamos algún día llegar a entender el porqué y el cómo de las decisiones del Salvador; así que te preguntas: ¿qué jugada maestra es ésa de sustraer a menudo de la sociedad a los mejores dentro de los buenos?
En este período de dolor, sobra obviamente todo tipo de palabras, puesto que no colocarían a Juan en el sitio que debería corresponderle. Nadie duda que la pérdida de ese caballero sea una desgracia; sin embargo, la vida sigue adelante, afortunadamente nos quedarán los maravillosos recuerdos, los buenos consejos y el legado que nos dio. Hubo muchas lágrimas y tal vez volvamos a llorar mucho más por lo sucedido. Pero no podemos olvidar que cada uno de nosotros ha recogido un poco de esa fe que le guió hasta el último suspiro y que como un relevo nos la pasó en su funeral.
¡Nuestro amigo del camino se ha ido de verdad!
Que descanse en paz.
Fried Emery d'Almeida
Pola de Siero
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