Juego de patriotas
Después de mantener a palo seco –hace una semana y desde esta misma y humilde sección– desigual controversia con apacibles y bienhumorados columnistas de cabecera y con crispados artistas de celebrada provocacidad, resulta que va Albert Pla y el pasado viernes pide perdón y retira lo dicho (o retira la componente insultante de lo dicho) al haberse manifestado recientemente asqueado de ser español.
Infiltrado o provocador debió de ser quien al día siguiente me dijo que había oído hablar de un club de asqueados de ser españoles (¿o me dijo asqueados de ser súbditos burlados en este país de pena?), que se admitían miembros que alegaran motivos suficientes y que también había oído que había cola en zigzag. El propósito del club aunque se contara de antemano con la prevención de la intelectualidad toda es, o era, fundar (o refundar) una nueva Patria, ya que lo de fundar un nuevo partido es tan inútil y artificioso como acudir a una manifestación con las víctimas del terrorismo y contra las excarcelaciones de terroristas, convocada por un partido en el Gobierno de la España de las hojas de ruta, el cambio de cromos, los silencios concertados y las escenificaciones estereotipadas de repulsa y sentido del Estado.
Al parecer, como sucede en el banderín de enganche de la legión extranjera, en el club no se inquiría el detalle de los motivos, sólo si los había de peso. Es decir, que Albert Pla y otros, fuese cual fuese el volumen de la intersección de los conjuntos de las respectivas motivaciones nauseabundas, podrían estar codo con codo en la Junta Fundacional como en un redivivo Frente Popular.
Aunque me fío poco de los comensalismos y menos aún de los frentes populares, andaba yo con el morbo de redactar una lista íntima, bien nutrida de acontecimientos, algunos recientitos de la misma semana, cuando resulta que quien, por derecho de propiedad intelectual, iba para líder del movimiento o presidente de su consejo de administración, da la espantada y marcha a cantar en Castrillón (donde –en palabras de su primera edil, que parecen sacadas del rincón del vago dialéctico de internet– no hay nadie que se llame Francisco Franco para ejercer la censura).
El caso es que no sé qué hacer con la lista, si quemarme con ella a lo bonzo antiespañol o limpiarme con ella los belfos tras pegarme una jartá de vermú y gambas a la gabardina, mayormente a la salud de la patria.
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