«Maruja la Chaplada», tu simpatía perdurará en Luanco
Fue el personaje que más nos hizo reír en Luanco: manaba y derrochaba alegría y simpatía a mares. Sólo por verla, nos alegrábamos; era una verdadera delicia oírla hablar. Marchábamos tan contentas que era la mejor terapia que podíamos recibir.
Hacer reír es lo más difícil en un actor y Maruja lo hacía mejor que nadie. Todos los «fatos» nos enorgullecemos de ella: era un gran personaje, un clásico en la villa marinera. Nos dejó ese grandioso legado a todos los luanquinos; nosotros se lo agradeceremos eternamente; fue la reina del «antroxu», un clásico en el Carnaval; cuando nadie se disfrazaba, ella sí, recorriendo todo el pueblo con su simpatía habitual y haciendo reír a todos. Sin olvidar a sus vecinas de la Judea y a sus amigas de La Canal. Años atrás fui compañera suya de Carnaval. Estábamos riendo sin parar: sus gestos, sus «golpes», con esa gracia especial...
En mi vida me pude reír más, fueron momentos que jamás hubo igual, imposibles de poder contar; sólo Maruja lo podría explicar. Maravillosos recuerdos que en mi ser siempre estarán.
Maruja y Catoño, fantásticos en Carnaval: amaban tanto el teatro y sabían tan bien representar al personaje tan real y con tanta naturalidad que parecía todo de verdad. Sabían la comedia tan bien interpretar que mejor no pudo quedar mejor, los espectadores no pudieron reír más ni mejor momentos pasar. Si la obra la hubieran apoyado para su estreno sería un éxito total y un gran triunfo popular. Cuanto más pasan los años, volviendo a recordar, me río cada vez muchísimo más. Son escenas de la vida que jamás se olvidarán.
La mejor representación de Maruja fue Charlot: era clavada a él, sus gestos, sus andares... parecía que estábamos contemplando al mismísimo Chaplin. Si él como director la hubiera visto, la ficharía. Maruja habría sido una gran artista humorística. Fue injusto que no le dieran el premio cuando lo representó... Si alguien en Luanco lo había merecido de verdad ésa fue Maruja «La Chaplada». Ella pasó del tema, decía que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio. Nos hizo más daño a sus hijas y al mío propio.
Lo que de verdad quería Maruja era el antroxu, la comedia, el teatro; lo llevaba muy dentro, le corría por la sangre. La vena artística que ella sentía, ese gran humor de hacer reír que ella poseía, la alegría que transmitía, todas juntas, la hacían ser más artista.
En los últimos meses procuraba que esos momentos fueran más alegres y les cantaba a sus hijas esas canciones tan preciosas que ella tan bien sabía cantar.
Sus hijas heredaron algo de simpatía de sus padres y le hicieron una muñeca de trapo a la que ella, aunque le costaba gran esfuerzo hablar, llamaba por su propio nombre; la cogía entre sus manos, moviéndola para poder imitarse, haciendo a la misma la misma comedia de teatro que ella tan bien sabía hacer. Hasta la última hora quiso llegar para que sus hijas la pudiera contemplar y la vieran actuar hasta el final.
Nos dejó en recuerdo la popularidad, la simpatía, la alegría, el saber hacer reír, todos esos valores tan valiosos que siempre nos supo dar.
Aquellas buenas gentes, a las que tanto hizo reír Maruja, años atrás, hoy son ángeles, y todas juntas disfrutaron de la verdadera felicidad.
Soledad Gutiérrez García
Cangas de Onís
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