El descrédito de la protesta
Se dice que la primera manifestación documentada de la historia fue en el Antiguo Egipto, durante el reinado de Ramsés III, cuando los trabajadores encargados de construir su mausoleo se declararon en huelga por la reducción de su ración diaria de comida. Desde entonces, las huelgas y manifestaciones han servido, en muchos casos, para reivindicar derechos, cambiar decisiones y modificar políticas con las que una parte de la población no estaba de acuerdo. Y pueden citarse miles de ejemplos en el que la manifestación y/o huelga consiguió si no todos, sí parte de sus propósitos.
Actualmente estamos asistiendo a una oleada de protestas que, lejos de llamar la atención sobre los problemas del país, son acciones duramente criticadas por nuestros dirigentes. Parece que hay un objetivo de claro desprestigio de esta forma de expresión popular. No gusta que protestemos, no se tiene interés en conocer qué piensan los ciudadanos y se adopta la actitud de feroz crítica o, en el mejor de los casos, se ignoran, esperando que pase el día y evitando hacer declaraciones.
Si ya existen programas informáticos capaces de medir con un margen de error pequeño cuántos manifestantes hay tomando fotos aéreas, ¿por qué se sigue con la lucha de cifras cuándo hay que medir la repercusión? ¿por qué se manipulan las variables -como ocurre por ejemplo, con el consumo eléctrico en días de huelga- y seguimos sin adoptar una forma de consenso en las cifras?
Con todo esto sólo nos queda una reflexión: si ya no sirven de nada las manifestaciones, ¿qué otro arma tenemos los ciudadanos pacíficos para manifestar nuestra oposición ante una medida?
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