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Los pensionistas asturianos y su solución

2 de Noviembre del 2013 - Vicente Ignacio González Díaz (Oviedo)

Hay motivos para pensar que a ministro no llega cualquiera. Por tanto, la opinión de un ministro debe de ser respetada y tomada muy en serio porque son reflexiones de mucho calado, dada la categoría intelectual de quien las emite.

Para el señor Montoro, el mal de Asturias radica en los pensionistas, y lleva toda la razón. El Diccionario define esta lacra como personas que reciben una cantidad de dinero de manera periódica y como ayuda económica, especialmente las que la reciben del Estado porque están incapacitadas para trabajar o son demasiado mayores para hacerlo. La desgracia de este corral llamado España es que si los trabajadores no quedan por el camino llegan a pensionistas y reciben la pensión sin caerles la cara de vergüenza. Como es de todos reconocido, los parados (otra lacra) y los pensionistas dañan la economía de la nación y es urgente buscar una solución drástica a este grave problema. La pregunta es: ¿cómo hacerlo? Yo aporto dos ideas.

Existía, dicen, una tribu en el centro de África que cuando sus miembros iban llegando a viejos los obligaban a subirse a árboles de tronco flexible. Si no podían subir por sus propios medios, allí mismo les rebanaban el pescuezo. Una vez en las ramas, los jóvenes sacudían el árbol con todas sus fuerzas y muchos ancianos y ancianas caían como fruta madura. Quienes superaban la prueba quedaban citados para el año próximo. Hacer esto en Asturias sería una medida estupenda que nos libraría de muchas cargas inútiles, y si sabemos darle publicidad atraería más turismo que el Toro de la Vega.

Otra solución podría basarse en las alopecias de los señores ministros de Hacienda y Economía y Competitividad. Bastaría con que echasen una maldición a todos los parados y pensionistas al estilo del profeta Eliseo, que al aparecer también era calvo. He aquí el modelo: «De allí subió a Betel. Iba subiendo por el camino cuando unos niños pequeños salieron de la ciudad y se burlaban de él, diciendo: "¡Sube, calvo; sube, calvo!" Él se volvió, los vio y los maldijo en nombre de Yahvéh. Salieron dos osos del bosque y destrozaron a cuarenta y dos de ellos» (2 Reyes 2:23-25).

Estoy convencido de que estos dos personajes maldiciendo a dúo desde sus ministerios consiguen que salgan de los bosques de Asturias todos los osos y no queda ni un parado ni un pensionista para contarlo.

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