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Enemigos, pero compañeros de cama

11 de Noviembre del 2013 - José Donato García Julías (La Fresneda)

El sistema de D’Hondt es una fórmula electoral que permite obtener el número de cargos electos asignados a las candidaturas, en proporción a los votos conseguidos. Eso sí, sin entrar en la forma en la que otros países aplican este mismo sistema, os diré que en el nuestro tiene truco: una malintencionada, más que interesada –y en ningún caso proporcional– intención; más que ardid, es una engañifa.

Toda equidad y justicia que tuviera dicha forma de distribuir a los representantes de los españoles en unas elecciones generales se topa, en nuestro caso, con un infranqueable obstáculo: la circunscripción. El método creado por el señor D’Hondt resultaba ser proporcional puro pero, eso sí, tan sólo en el momento en que dicho cálculo se aplicara sobre una única circunscripción. En el momento en que una comunidad de electores se va segregando en más de una (por estos lares tenemos medio centenar), ésta va perdiendo la proporcionalidad original, casi de manera exponencial. Al resultado de este desaguisado puede tachárselo de cualquier cosa menos de alícuota.

Actualmente, desde Madrid nos rigen 186 representantes electorales (diez sobre la mayoría absoluta), cantidad más que cómoda y suficiente para poder ejercer sus políticas sin traba alguna; sin embargo, de aplicarse el sistema D’Hondt sobre una única circunscripción para toda la nación, la cosa cambiaría más que considerablemente: de mayoría absoluta, aunque injusta, pasaríamos a un guarismo preocupante para los interfectos, del orden de los 156 diputados, 20 por debajo del número requerido para hacer de su capa, española, un sayo o, lo que es lo mismo, 30 representantes menos. Mas, aunque en esta ocasión el beneficiado es el PP, en otras ocasiones lo fue el PSOE; y los partidos nacionalistas, siempre.

En Asturias, cómo no, no podíamos ser menos. Nuestra pequeña comunidad autónoma, sin saber por qué extraña razón, se encuentra dividida en tres territorios electorales, en los que, por lo tanto, el número de votos necesarios para elegir un diputado autonómico es diferente en cada uno de ellos; como si el peso del mismo fuera diferente según donde vivas. Sin contar también los votos que se quedan a las puertas de conseguir un escaño y que, directamente, se van al cubo de basura de las estadísticas porque, por supuesto, no pueden ser utilizados en cualesquiera de las otras dos circunscripciones. La horquilla de baile de diputados es, en el caso asturiano, de tan sólo tres o cuatro diputados, situación que, no obstante, puede resultar determinante en un Parlamento de tan sólo 45 escaños.

El empecinamiento de quienes defienden el actual sistema electoral resulta tan absurdo como creíble. El argumento en su defensa, y que esgrime tan democrático elenco, no es otro que el de asegurar la representatividad de todos los territorios por igual; no obstante, dicha argumentación pierde toda credibilidad, en un sistema parlamentario como el español, basado en la disciplina de partido como norma de obligado cumplimiento.

España, aun dando la impresión de ser un país rico en culturas, de muchos contrastes y de poseer una variada, a la vez que reñida, mezcolanza de maneras de pensar, oculta muchos secretos de alcoba, impensables algunos por ser quienes son los que se acuestan juntos. Continuamente, PP y PSOE, o PSOE y PP –tanto monta, monta tanto–, representan un perpetuo y aparentemente irreconciliable drama interpretado en forma exquisita y estilo más que convincente. Sin embargo, una vez terminada la representación y tras la llegada del crepúsculo, se retiran a sus respectivos aposentos que, no obstante, es el mismo. Llegada esa hora, entre arrumacos, discuten, pero mucho más sosegadamente que por el día, cuando están de cara a la galería, sobre sus intereses comunes que, básicamente, se resumen en dos: ley de Transparencia y ley Electoral. El bien común impone que, con la primera, lo más conveniente sea oscurecerla, volverla lo menos translúcida posible; a la segunda, ni tocarla. Todo en aras de la eterna supervivencia de su sagrada máxima: el bipartidismo.

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