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El estanque sin patos

8 de Noviembre del 2013 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

En los Campinos de Begoña, en Gijón, hay un estanque sin patos al que le pusieron otros estanques más pequeños que, repartidos como islas, contienen nenúfares de hermosa flor. Las hojas de los nenúfares van cubriendo la superficie de esos estanques más pequeños que, ocultando la luz, matan toda vida bajo ellos. Afortunadamente el diseñador ha puesto límites al crecimiento de esas hojas de nenúfar y, en cada isla, las hace permanecer aisladas del estanque principal por un muro a otra altura.

Debemos mirar al futuro y no perder de vista los hechos nefastos del pasado (algo que no estamos haciendo). No soy esencialmente ecologista porque pienso que no estamos aquí para perpetuarnos en un paraíso ni, como el nenúfar, en un estanque acaparando la vida, sin preocuparnos por la que hay debajo. Aunque, una especie tan mediocre como la nuestra crea poder acaparar toda la Tierra, lo cierto es que su destino no puede ser tan simple y mediocre como el acaparamiento. A pesar de que nos esforzarnos en demostrarlo todos los días. Estamos aquí para evolucionar e ir progresando a alguna parte, pero nuestro destino no puede ser acaparar y arrastrar con todo al grito de que: ¡el que venga detrás que arree! No podemos permitirnos el desarrollo tecnológico sólo para satisfacer antojos de élites que se comportan como nenúfares en un estanque. No estamos aquí para crecer ciegos sin mirar al futuro, estamos para tener actitudes inteligentes y, a pesar de haber obtenido un gran desarrollo tecnológico, ver lo obvio y razonable de su utilización. No podemos seguir lanzados con actitudes estúpidamente malévolas a un crecimiento desmesurado que deja atrás miseria y desesperación, mientras, como niños con juguetes nuevos, los afortunados juegan con sus desarrollados antojos tecnológicos.

Respeto el triunfo y también a los emprendedores que se enriquecen para poder emprender más acciones que proporcionen beneficio general a la humanidad. Pero las circunstancias están haciendo que haya familias que acaparan tanta riqueza como las siguientes veinte más ricas que les siguen. Si existe esa desigualdad entre las propias élites, imagínense qué no existirá más abajo. Y más ahora, cuando tras haber hecho el sistema un conato de Estado de bienestar (local y por un corto espacio de tiempo) se le abandona. Sin ética alguna, se ha transferido la deuda de la banca a la gente empobrecida, y la banca continúa obteniendo pingües beneficios. No, no es lógico. Lo obvio y razonable es que todo progreso plantee una mejora del bienestar general con la cooperación de todos para conseguirlo, y no prescindiendo de la actividad de tanto desempleado que se queda sin reparto de riqueza. Amo la libertad y sé que la libertad no se posee, sino que se entrega. Amo la democracia y sé que no consiste en elegir a un dictador, sino en procurar consenso con el otro o aceptar su mayoría (y no sólo a la hora de subirse el sueldo). Así que, cada vez soy más consciente de que este sistema ya no sirve para progresar. Pero necesitamos progresar e ir a mejores desarrollos industriales que nos permitan el bienestar de todos; eso sí, sin la algarabía de los antojos, con más responsabilidad hacia los otros y hacia el futuro.

Este sistema, como hojas de nenúfar, nos está dejando el estanque sin patos, sin carpas, y sin vida. Debemos elegir y buscar el destino (y la vida) con un desarrollo industrial que iguale diferencias sin agotar los recursos naturales y nuestras posibilidades como especie. No podemos seguir gritando aquello de: ¡Tú sigue, qué libras! Porque de la revolución global ya no nos libra nadie. ¿Cómo se la prefiere: fría o caliente?

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