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El peso matemático en la política

8 de Noviembre del 2013 - Francisco M Domínguez Menéndez (Avilés)

Se dice que el papel lo aguanta todo, pero tal condición no es exclusiva de este viejo soporte informativo, también a las pantallas de televisión y ondas hercianas de la radio se les puede atribuir esa misma característica de fortaleza. En realidad, no es el medio emisor el que soporta estoicamente lo que en él se vierte, sino el sujeto receptor del contenido; es decir, el consumidor final de la información.

Pero no hay nada procedente de los medios bendecido por la asepsia informativa; prevalece la opinión con mayor o menor influencia política y con mejor o peor fortuna en el difícil arte de la simulación objetiva. Incluso en el estilo literario de la noticia se encuentra descrita cierta carga de manipulación política, reflejo de la vertiente ideológica editorial y del grupo social que representa el medio. Empezando por la portada o entradilla y continuando por los títulos, la globalidad programada en los medios de comunicación va dirigida a informar, formar y entretener desde su perspectiva ideológica y el resultado económico.

Casi todo en la vida puede ser tratado desde la óptica política y explicado científicamente desde el conocimiento matemático. En realidad, en su versión más fundamental y práctica, la política de representación se manifiesta imposible al margen del capital electoral y parlamentario.

En esto piensa Álvarez-Cascos, en la matemática electoral, cuando afirma que él no es partidario de implantar el sistema de listas abiertas porque las circunscripciones electorales, en Asturias, son muy grandes y esto no favorece el conocimiento ciudadano de los aspirantes a conseguir, en la mayoría de casos revalidar, el acta de diputado, y sí deja en manos de los mass media el dirigismo electoral, erigiéndose los grupos mediáticos en los artífices reales de la composición política parlamentaria. Al final, sea de una u otra forma, entre manipuladores de la inocencia anda el juego, aunque, cuando un político como Cascos tiene un temor exacerbado a la opinión publicada es que algo debe de esconder, si es que sobre él todavía no está todo dicho, cosa que esclarecerán las conclusiones judiciales últimas del llamado «caso Bárcenas» y los sobres de dinero negro incrementado al presupuesto de la obra pública.

El líder fundador de Foro quiere más circunscripciones electorales, pero no aclara dónde están los límites numéricos y distributivos de tales demarcaciones. Es de suponer que la propuesta de Cascos, dado que el dueño del voto y receptor de la información reside mayoritariamente en el área central, pase por aumentar el número de distritos en esta zona asturiana. Claro que, dependiendo del número de demarcaciones electorales, es posible que la propuesta del ex secretario general del PP pretenda convertir los comicios autonómicos en sufragios comarcales.

El cenit de la impostura lo alcanza Álvarez-Cascos al asegurar que nunca va a dar su conformidad a una ley Electoral mediatizada por intereses partidistas. No hacen falta más palabras.

Pero el uso y abuso de la terminología pícara no es patrimonio exclusivo del madrileño asentado políticamente en Asturias; para forzar el diccionario se basta y sobra el socialismo doméstico: «no consentiremos que Rosa Díez convierta Asturias en un laboratorio electoral. UPyD toma a los asturianos como rehenes». Estos y otros lemas publicitarios salen a diario de la factoría socialista con el insano propósito de justificar decisiones políticamente interesadas haciendo recaer la culpabilidad sobre sus adversarios políticos. El enredo en el discurso puede alcanzar tales cotas de funambulismo que para un ciudadano poco informado resulta imposible discernir entre virtualidad y realidad, entre fabulación perversa y descripción más o menos virtuosa de los hechos.

¿Cómo pueden hablar de laboratorio electoral cuando la ley tumbada por intereses políticos socialistas se acerca a modelos que sirven a países con una mayor justicia social y más grande tradición democrática que el nuestro? ¿Será verdad aquello de que España es diferente? ¿Cómo puede emplearse terminología de connotación delictiva, bajo el subterfugio del interés general, con la única finalidad de deslegitimar al adversario político por el simple hecho de no continuar favoreciendo los intereses partidistas socialistas? Y, sobre todo, ¿qué fundamento democrático es ese según el cual una ley Electoral que trajo consigo corrupción, clientelismo, miseria social y dependencia judicial del poder político ha de permanecer inamovible al servicio del lucro bipartidista? Tanto socialistas como populares y foristas nos encadenan a sus intereses bajo esta nueva forma de despotismo ilustrado, con el añadido de que ahora no hay quien encarne la estatura política de la Ilustración. Gracias a este nuevo sentido de la ética y estética política desprovisto del más mínimo pudor, el nuestro es el siglo de las tinieblas y la mediocridad.

Un servidor no siente ningún asco hacia su ciudadanía española –tampoco lo sentiría de ser francés, portugués o griego, por poner tres ejemplos–, pero hemos de ser conscientes de que a este país, llamado España, la clase política en general lo está convirtiendo en un lodazal que da asco. Todas las maniobras orquestadas por el poder político no tienen al ciudadano como finalidad social de sus actos sino sus propias siglas a través del peso matemático del voto, para así mejor servir los intereses del poder económico y financiero, que, al fin y a la postre, son los propios.

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