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Ante el XXXVIII Día de la Iglesia diocesana

9 de Noviembre del 2013 - José Fuentes y García-Borja

Sí, hay momentos importantes en la vida de los pueblos y de las personas, siempre. En nuestro pueblo, España, fue muy importante la llegada de los apóstoles Santiago y San Pablo; por ellos nos vino la fe de los cristianos en las comunidades que ellos establecieron. Y por los romanos, la cultura: la lengua latina, germen de nuestras palabras; el derecho, en las leyes; el arte y el desarrollo de la agricultura, que nos dieron el pan, el agua limpia y el vino de cada día. Luego todo esto fue aceptado y vivido por los visigodos, que consiguieron ¡unirnos! y hacernos nación. Años después los cristianos de Asturias y los de toda España acudimos en masa a los pies de la Santina y le pedimos que intercediera ante el Señor para que nos ayudara a defendernos de los moros y a recrear la unidad de nuestras gentes. Y Santa María y nuestros santos con los obispos, curas y seglares rehicieron «nuestra Iglesia» como madre y casa común. Y hoy, gracias a ellos, y desde 1975, el domingo 17 de noviembre, los asturianos realizaremos la segunda colecta del día de la Iglesia diocesana, con la alegría de recordar el día en el que el primer Papa, San Pedro, nos envió a los «siete varones apostólicos» consagrados por él mismo como los primeros siete obispos diocesanos de España: ¡qué fiesta continua, siglo tras siglo podríamos celebrar ese día recordando los frutos bien visibles que hicieron nuestras diócesis en España. No pensemos sólo en las vivencias impresionantes ante los ojos de nuestros niños en nuestros templos contando las Navidades en villancicos y adorando al Niño Jesús; o los días de penitencia de cada viernes en los que se recogían alimentos para que los pobres comieran todos los días del año. Y las fiestas con campanas al vuelo, los cohetes al aire y las procesiones con cantos y bailes ante las imágenes del Sagrado Corazón y la Inmaculada que se encuentran en el amanecer del día de Pascua dando los primeros rayos de sol en sus rostros y en su figura. O los «bailes de las ofrendas» ante el Santísimo en el día del Corpus; o ante los santos patronos/as de las parroquias. Nuestros cristianos saben bailar y cantar mientras rezan, los niños, los jóvenes y mayores (aunque lo hagamos con bastón). Hermanos, ¡qué fiestas con las comidas de toda la familia con sus abuelos! Esto trajo que la Iglesia quiso tener siempre la memoria de nuestros difuntos con la «acción de gracias», que es la santa misa, para celebrar su entrada triunfal en la gloria de Dios, y desde los pueblos de sus alrededores hemos acudido caminando por caleyas y atajos hasta sus casas y parroquias para dar pésames, mitigar el dolor y animar a sus familias.

Y hoy también recordamos algo muy grande en los corazones de nuestros fieles: el amor a su templo parroquial y a su pueblo o aldea, donde al estar la iglesia parroquial lejos quisieron tener la protección de un santo y surgen las capillas; y hasta tenerlo en casa con las visitas domiciliarias.

En 1966, el domingo de mi toma de posesión como párroco por vez primera en tres parroquias de los montes de Villaviciosa, vi al entrar que sus templos estaban deteriorados. Prediqué sobre el Domund, mostrando mi cariño a las misiones y mi disponibilidad para todos mis feligreses y, al final, a saludar uno por uno a todos los que querían besarme la mano (sólo dejé hacerlo a los/as ancianos/as); a los demás, un apretón de manos. Comí en la fonda muy contento. Luego me acerqué a las casas a saludar a los vecinos. Estando sentado con José Ramón, «el madreñeru»; Carlos, el albañil, y otros dos, vienen para explicarme lo de las goteras y filtraciones en el muro Norte con preocupación y mucho interés. «Os lo agradezco, tomo nota y entre todos lo resolvemos cuanto antes», les dije. «Y ahora, yo les pregunto: ¿de dónde y por qué tenéis ese interés por la iglesia?». Y José Ramón me contesta: «Señor cura, los ricos tienen sus capillas en sus palacios o casonas; nosotros sólo tenemos esa iglesia, que es para nosotros como una habitación de nuestra casa. Por eso, don José, porque es parte de nuestra casa». «Ahora mismo vamos a que me digáis qué es lo que tiene nuestra iglesia», les dije. Y mientras íbamos, recordé con emoción cómo yo también, desde niño, quise a mi parroquia de bautizo. Esa misma semana quedó reparada con los brazos de todo el pueblo unido en «sextaferia» diaria, sus dineros y lo que pude aportar del fondo parroquial y mi cuota. Esto mismo ocurrió en las iglesias de Morcín y de Mieres (alrededores).

Siendo secretario particular del arzobispo don Gabino Díaz Merchán, el día de su visita pastoral y confirmaciones en Pola de Somiedo, don Rosendo Riesgo Flórez, un párroco impresionante, que lo era, a sus años, de otras ocho parroquias, ya en visita a esas le muestran él y los fieles el mal estado de sus templos. Estos vecinos son ancianos –los jóvenes emigraron–, con pensiones de la agraria. Pero los templos son monumentos en arte, con piedra labrada. Pregunta, entre lágrimas: «¿Podrá la diócesis dar aunque sólo sea para los tejados? Dentro, aun en invierno, iremos con abrigos». Y don Gabino, siempre contando con todos, suave y claro, responde: «Sí, hermanos, lo estudiaremos y habrá suficiente... Ya lo incluiré en la "exhortación del día de la Iglesia diocesana". Don Rosendo, presénteme el presupuesto esta misma semana». Dicho escrito me valió de homilía por lo claro en palabras, conceptos, mensaje y fines. En él don Gabino pedía para esas parroquias cuyos fieles acudían en todas ellas, entregados a la fe recibida de sus antepasados, fuera a la hora que fuera, por ejemplo los de Pedroveya (Quirós) bien pronto estaban allí, a las 9.30 de la mañana, nueve meses de frío invernal, y a las 9 en verano. Y es cierto que donde se explica con claridad, los resultados son de agradecer a esos cristianos. Me decía un buen párroco hace bien poco, el mes de junio: «Mi interés fue siempre tan grande en misas y homilías que traían un resultado creciente en la cesta al ofertorio: en las tres parroquias más humildes que tengo he recogido 125, 180 y 225 euros; mientras en otras parroquias más pudientes sólo recibieron 30, 40,53 y 60 euros». Y le pregunté: «¿Por qué?». Respondió: «Mira, Fuentes, yo predico con la "exhortación" de don Gabino con detalles de la pobreza de sus fieles y gran deterioro de esos templos, y otros la hacen a su aire con breve nota suya».

Subtítulo: El amor a los templos parroquiales

Destacado: Me decía un buen párroco hace bien poco: «Mi interés fue siempre tan grande en misas y homilías que traían un resultado creciente en la cesta al ofertorio: en las tres parroquias más humildes que tengo he recogido 125, 180 y 225 euros; mientras en otras parroquias más pudientes sólo recibieron 30, 40,53 y 60 euros»

Termino, hermanos, seamos nosotros también ricos en generosidad, haciéndonos pobres con ellos; sea nuestro donativo fuerte como nuestra caridad, y cualquier noche durmiendo veremos una gran luz con Jesús, el Señor, rodeado de las iglesias de las montañas de Asturias y a sus fieles ante el Señor que cantan y bailan con nosotros y con Santa María, los santos, los ángeles y nuestros difuntos. Y ¡puestos en pie! recemos el credo de nuestra fe creciente...

Vuestro en Jesús Salvador,

José Fuentes y García-Borja, «padre Fuentes», Oviedo

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