Alguien gritará
¡Hablarán las piedras! Que nos tapen la boca, que nos persigan, que nos aniquilen, que nos destruyan, que nos encarcelen, que nos exilien. Alguien levantará la voz en nuestro lugar y gritará, aunque sea desde lo profundo de la tierra, que el aborto es algo abominable, perverso, cruel.
Y tan perverso como el aborto es esa actitud que lo defiende a ultranza, que lucha por todos los medios sacarlo adelante mediante una ley que lo favorezca, y que confunde a las gentes mediante su verborrea demagógica llegando a conseguir con ello un asentimiento pasivo de la sociedad.
El aborto no es un derecho como no es un derecho matar a alguien. Nadie tiene en sí poder moral para constituirse en verdugo, aunque sí tenga poder físico o cualquier otro tipo de poder. Quien se atreve a conferirse a sí mismo el poder de matar a un ser inocente que, además, es humano, o contribuye con sus artimañas del índole que sea a favorecer esa muerte, ya sea directa o indirectamente, es un ser depravado, si es que tiene sus esquemas mentales con buen funcionamiento y su cabeza bien amueblada.
No hay vueltas que darle, las cosas son como son y tienen su nombre. Provocar el aborto es dar muerte a un ser humano que, además y para mayor gravedad, es un ser inocente e incapacitado para defenderse. Es algo cruel,terriblemente cruel, y cruento y doloroso por demás.
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