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Inolvidabel señor Wert

9 de Noviembre del 2013 - Luis García Oliveira (Gijón)

Con escaso margen de error, al aún vigente Ministro de Educación podrán negársele todos los méritos que se quiera de cuantos él sigue ponderando como potenciales frutos de sus ya fallidas directrices en el ámbito educativo. Pero lo que nadie podrá negarle, sin faltar a la verdad, es haberse situado por méritos propios en destacadísimo primer lugar del ranking de la polémica en la larga historia de la gestión ministerial en este país. ¿Cuántos ministros han logrado, como éste, concitar a una inmensa mayoría social de padres, alumnos y docentes en contra de sus sectarias disposiciones legislativas? Que se recuerde, ninguno; tan solo él.

Y es que, además, si algo resulta totalmente impropio de un ministro del ramo es la obtusa terquedad funcional que caracteriza al aludido. Pero ya se ha visto que el Sr. Wert resultó una caja de sorpresas para propios y extraños, pasando de aparente titular de una de las escasas caras amables de su partido, en tiempos preelectorales, a irredento protagonista de una gestión mucho más propia de un dictador que de alguien que se tilda de demócrata. El autoritarismo en el que ha rebozado su pésima andadura ministerial, la soberbia que exuda, su querencial arrogancia y la nula capacidad de interlocución, corroboran sobradamente su clamorosa ineptitud para el cargo que, incomprensiblemente, todavía ocupa.

Al margen del ineludible vencimiento de su coyuntural titularidad, el Sr. Wert es ya un cadáver político, un pálido Zombi en solitario deambular entre los nocturnos claroscuros de los largos pasillos ministeriales, rumiando en silencio el agrio sabor de su estrepitoso fracaso y el frío desafecto de sus pretéritos mentores políticos.

Ya es sabido que si a los cadáveres no se les da pronta sepultura, enseguida comienzan a desprender un insoportable mal olor y, según parece, en los últimos consejos de ministros algunos de los concurrentes ya se han incomodado por la creciente presencia de ese inconfundible y pestilente tufillo.

Es la pragmática crueldad de la política, en la que para mayor desatino parece excusable casi todo menos el no resultar útil a quienes te han promovido al puesto. Si, además, se ha pisoteado el propio terreno electoral y alertado en contra de planificadas disposiciones, ¿qué más hace falta para ser cesado?

Al menos, esperemos que en los altos despachos del P.P se extraiga la didáctica conclusión de que, por más que se compartan los objetivos, la jibarización de la política no es compatible con la vigente sensibilidad social al respecto, que alentar y respaldar a sus trasnochados embajadores es enseñar demasiado el plumero y que eso suele traer indeseadas consecuencias electorales.

¿A qué esperarán para descabalgar al personaje; tal vez a que concluya su penoso tránsito ministerial evitándole a su sucesor el trabajo sucio de salvar cuanto aún puedan de esa abortada malformación política que es la nueva Ley de Educación?

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