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Impresiones sobre Corner (a propósito de su cierre)

11 de Noviembre del 2013 - Rubén Franco González (Pola de Siero)

El pub Corner de Oviedo cerró el pasado sábado 9 noviembre 2013. Con estas breves líneas queremos recordarlo, contando nuestra breve y episódica relación con él (puede que así sirva como acicate para que otros se animen a escribir sobre ello, o para que LA NUEVA ESPAÑA le haga una entrevista a Tino para la sección de Memorias u otra). Hemos estado en el Corner solamente dos veces, el 13 diciembre 2012 y el 7 noviembre 2013, por lo que no vamos a fingir o dar implícitamente por supuesto que éramos clientes habituales del mismo. No podemos engañar al lector. Así que no cometeremos la impostura de habiendo ido una o dos veces al Corner (a lo sumo), o habiéndolo visitado hace cuarenta años, actuar como si fuéramos parroquianos habituales suyos.

El Corner se encuentra (encontraba) en la calle General Zubillaga, la misma donde estaban los Cines Brooklyn (ambos decorados por Chus Quirós). A mitad de la calle la corta perpendicularmente Matemático Pedrayes (que siguiéndola va a dar al otrora Cine Ayala, que sigue conservando el apellido, aunque ahora como gimnasio -allí rodó Pablo Fernández-Vilalta escenas para su película La perla de Jorge, estrenada el pasado lunes 9 septiembre 2013 en otro emblemático lugar, el Filarmónica, y que ahora se proyectará en el 51 Festival Internacional de Cine de Gijón-). Bueno, pues el Corner era, como su nombre indica, una de las dos esquinas, concretamente la más cercana a la Plaza América, pues, como se sabe, ahí va a dar quien se dispone a subir la calle. Está enfrente del Club de Tenis, y, tiempo atrás, y tan sólo unos metros arriba, se encontraba la discoteca Faust.

El Corner abrió en 1968, por lo que son cuarenta y cinco años los que ha prestado servicio a la ciudad (a los ovetenses y a los que no lo son). Y hace cuarenta y dos, en 1971, entró a trabajar Tino, que ahora se jubila con 65 años.

El Corner, visto desde fuera, tiene un aspecto enigmático. No diremos perturbador ni inquietante, pero sí de incertidumbre (alguno le recordará el mundo onírico de David Lynch, con ese rojo omnipresente). De fuera para adentro no se puede ver, ya que en las ventanas se encuentran tupidas cortinas rojizas (y si era posible -si la cortina no estaba del todo corrida-, de mala manera, alimentando así la curiosidad del viandante). Uno no sabe si se trataba de un bar o coctelería abierto al público (como era el caso), o, por el contrario, era una especie de sala de variedades, lupanar o un club privado. De hecho, el propio Tino nos contaba cómo una vecina cercana desconocía hasta fecha reciente que se trataba de un bar normal, barruntando ella qué tipo de local sería, si uno poco decoroso o uno en el que se preparaba la revolución (para algunos, con menos decoro aún que la referencia tipo al respecto), pero en cualquier caso, un sitio heterodoxo. Sea como fuere, el caso es que el Corner destacaba y llamaba la atención. Tanto que incluso unos publicistas o creativos se fijaron en él para grabar un spot televisivo que sirviese de promoción de un modelo de automóvil de alta gama.

Tras muchos años pasando por allí delante (habitualmente de día) y preguntándonos también cómo sería el Corner por dentro, un día nos decidimos a entrar. Éramos tres personas. El primero pidió una tónica. El que esto escribe le preguntó al barman, a Tino, si podía preparar un mojito. Parco y directo, exclamó: Daiquiri. Asentimos, dando el visto bueno. La tercera persona dijo que se lo estaba pensando. Mientras tanto se dirigió Tino a la cocina en busca del limón y del azúcar. Salió y ya con el ron en la coctelera empezó a agitarla. Cuando estaba preparado comenzó a servirla. En éstas, esa tercera persona, aún sin pedir, había solventado sus meditaciones cartesianas y le dijo a Tino que le pusiera otro a él (otro daiquiri: le había convencido la erótica del ritual de preparación. Acordémonos del libro de Leo Coyote y José Mª Gotarda sobre el rey de los cócteles, el dry martini, titulado Alquimia fría (2012). Y en la abundante literatura sobre el tema destacamos el de Beber de cine de José Luis Garci, -que en los próximos meses se reeditará, ya que las dos ediciones existentes, la de diciembre 1996 y la de marzo 1997, están agotadísimas-, y, de los últimos años, la novela del mejicano Francisco Haghenbeck Trago amargo (2009), sobre los días del rodaje de La noche de la iguana (1964) de John Huston, en Puerto Vallarta). Tino, de modo brusco, seco y habrá quien juzgue impertinente, le contestó: ¿No sabes pedirlo antes?. El interlocutor, entre intimidado e incomodado le dijo que si era mucha molestia pediría otra cosa. Tino le preparó su daiquiri, aunque seguro maldiciendo a ese dubitativo cliente, contrario a la navaja de Occam, que le hizo repetir el proceso dos veces de modo accesorio (pura redundancia). Lo que puede ser interpretado, como decíamos, como un gesto de mala educación, también puede ser visto como una marca de la casa. El decir las cosas de ese modo (con ese tono y esa sinceridad) es su estilo, su rollo, su way. Quizá faltase tacto a la hora de expresar la faena que le acababan de hacer, pero a ello quizá puedan sumarse otros factores, como el de tener un mal día o tratarse de nuevos clientes Alguno dirá que si se trata así a los nuevos, qué no se hará con los de rancio abolengo. Otros lo achacarán a que el barman ya viene de vuelta de todo y no se anda con chiquitas, que ha visto morir y pasar por allí a gente de su generación y no va a andarse por las ramas o con remilgos ante advenedizos a su templo. El caso es que tras servirnos las copas y traernos unos conguitos para acompañarlas, nos las tomamos tranquilamente mientras conversábamos en la barra. También tenía butacas cómodas para sentarse, abajo y en la parte de arriba (donde antaño había también una barra). Los baños tenían manzanas, lo que nos recuerda a los aseos de Casa Conrado.

Fueron pasando los días, las semanas y los meses de modo veloz, y no volvimos hasta la semana pasada, en compañía de una de las personas de la vez anterior (la del daiquiri). Tras preguntarle por nuestra parte qué podía preparar, si un mojito, un daiquiri , Tino interrumpió y dijo: Daiquiri. Nos pareció correcto, y ésta vez se le comunicó a la vez. Lo preparó y tras mostrar su interés sobre si nos parecía que estaba bueno, como si no quiere la cosa, confesaba con sencillez la clave para componer un buen daiquiri: Hay que utilizar un buen ron, a la vez que se apresuraba en aconsejar que no hay que beberlo de golpe. No hubo esta vez acompañamiento de unos cacahuetes o almendras, pero sí pudimos charlar con Tino (no decimos el bueno de Tino porque no le conocemos lo suficiente como para expresar ese temerario juicio) detenidamente, a la hora de cierre, a eso de las tres de la mañana. Antes, había hecho gestos de interpretación o sentimiento musical (sentimiento entrecomillado) mientras sonaba La Traviata. Y eso es otra cosa que hay que mencionar en un pub, coctelería o bar. En la mayoría de locales la televisión se ha hecho presente (incluyendo comedores), pero no en todos, y en pubs se supone que debe haber música. En el Corner también han sonado clásicos españoles del siglo XX, boleros y coplas.

Tino ni conduce, ni tiene tarjetas de crédito ni está inmerso en la guerra de las pantallas (ordenador, móviles, ipad ). Ahora empieza una nueva vida y podrá dedicarse a otros quehaceres, unos nuevos y otros recuperación de los abandonados. Podrá caminar, dedicarse a viajar, cuidar los animales Que le vaya bonito.

Con estas líneas no pretendemos (como ha quedado de manifiesto) hacer ningún juicio global del Corner. Carecemos de la información necesaria al respecto. Otros podrán hacer esa historia del Corner, empezando quizá por el propio Tino. Lo nuestro es una insignificancia. Apenas dos horas en casi medio siglo de hostelería ovetense. Las tertulias que en tiempo se realizaran allí, si fue un sitio de conspiraciones para acabar con los distintos regímenes políticos, si era un sitio donde la burguesía ovetense iba a cortejar o a embrutecerse Todo eso, decimos, no somos nosotros los apropiados para decirlo. Quede simplemente contada nuestra experiencia. Un Tino más que se retira este año, ya que en enero lo hizo Tino, de la librería Vetusta de Gijón (aunque se puede seguir contactando con él para asuntos bibliófilos por vía telefónica: Tino nunca se va del todo). Un local más que se va, y otros que abrirán. Sic transit gloria mundi.

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