Opinión pública y publicada
En no pocas ocasiones, la opinión publicada pretende elevar a rango de certidumbre lo que son meras elucubraciones interesadas y particulares, sin base o fundamento científico, puestas al servicio de ciertos sectores de poder. Tomar como ciertos los argumentos esgrimidos en el último editorial dominical de este diario equivale al inmovilismo social, a la espera paciente; en definitiva, evitar que nada fluya y todo permanezca.
La editorialista –es de suponer que la responsabilidad del escrito corre a cargo de la directora del medio– recurre de forma insistente a la simpleza del argumento populista para dejar constancia de que esta enferma llamada Asturias necesita seguir con el tratamiento de siempre: la vieja Ley electoral que tan magníficos dividendos sociales dio a esta región.
Redunda el editorial en los síntomas, pero no acierta a describir la enfermedad; pone todo su empeño, naturalmente baldío, en curar un proceso infeccioso con analgésicos. Veamos si a partir de un diagnóstico nada pretencioso pero real es posible despertar en doña Ángeles Rivero el interés por la cirugía política, al margen de la organización fundada por Álvarez-Cascos, su bestia negra, aunque ello le cueste dejar algunos pelos en la gatera.
La patología política de esta región, señora editorialista, recibe varios nombres, elija usted de entre ellos el que más le inspire y luego meta el bisturí para diseccionar convenientemente el tejido enfermo: corrupción, nepotismo, malversación, falsedad de documento mercantil, dejadez, confabulación para el reparto de poderes, incompetencia, abuso de poder, apego al sillón parlamentario y un largo etcétera que haría de sus editoriales un arma eficaz al servicio de la sociedad asturiana.
No sé si muy malo, pero, desde luego, no es bueno erigirse en intérprete exclusivo y unívoco de la opinión pública, sobre todo si no hay apoyo documental científico que demuestre el grado de certidumbre. Es muy probable que aquello que le sirve como argumento para obviar una nueva Ley electoral (paro juvenil, precariedad laboral, caída económica, etcétera) esté en el origen social de la demanda.
Admitamos que tanto derecho tenemos a equivocarnos quienes vemos imprescindible la regeneración política a partir de una Ley electoral más justa como quienes, como usted, creen en la bondad del viejo sistema electoral; con la salvedad de que la mala leche que da esta vaca es de sobra conocida y los dueños actuales y sus pastores no quieren cambiarla. Nos tienen a todos uncidos a ella, aun a sabiendas de que vamos camino del despeñadero o, como mínimo, sin rumbo. Misterios insoldables del matrimonio entre poderes.
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