Festival de cine y protocolo
El martes 12 de noviembre, a las 12 del mediodía, se pusieron a la venta las entradas para la sesión inaugural del Festival de Cine. Como tenía interés en asistir, me dispuse a guardar civilizadamente la inevitable cola que suele preceder a tales acontecimientos, de modo que cuando se abrió la taquilla tenía delante de mí unas diez personas, que fueron adquiriendo sus entradas. Cuando llegó mi turno la encargada de la taquilla, contestando a mi demanda acerca de qué tipo de entrada o localidad podría adquirir, me avisó de que todas las disponibles eran de General. Debió de notar mi sorpresa, puesto que sólo una docena de personas había retirado previamente entradas, y por tanto -ya la sorpresa había dejado a paso a la perplejidad- ¡excepto "gallinero" (así se llamaba siempre) el resto del aforo del teatro estaba ya asignado y repartido y, por tanto, esfumado, como quien dice, para el común de los mortales!
Conviene recordar que el Teatro Jovellanos tiene un aforo de 1.123 localidades; así pues, sólo se ponían a la venta, es decir, solo estaban disponibles para el público 242, las que corresponden a General; el resto son 881 entradas, las volatilizadas, si las cuentas no fallan. Me detengo en estas cifras porque la taquillera -que simplemente cumplía con su obligación y supongo que trataba de ser amable- ante mi estupefacción ante lo que me decía me aclaró: "Es que se trata de una sesión protocolaria".
¡Con el protocolo habíamos topado! Y eso parece algo ineludible o fatal, lo tomas o lo dejas, como si te dijeran "esto ye lo que hay". Habíamos llegado al quid de la cuestión: el al parecer ineludible protocolo ocupa casi por completo nuestro más destacado teatro municipal y relega a las peores localidades a los ciudadanos comunes que tienen la costumbre de pagar sus impuestos y abonar sus entradas cuando asisten a un espectáculo. Creo recordar que el actual gobierno municipal, cuando accedió al poder, prometió restringir sustancialmente los privilegios que venían permitiendo que un escogido grupo de ciudadanos, sin abonar la correspondiente entrada, disfrutase -no se sabe debido a qué desconocido mérito o capacidad- de espectáculos como el mencionado Festival de Cine, los partidos de El Molinón, las corridas de toros , las representaciones teatrales, etc. Desconozco si algo de eso se ha cumplido, pero en lo que respecta al Festival de Cine parece que no. Siguen los hábitos perversos que, por lo visto, inocula el ejercicio del poder.
Por todo ello, son pertinentes varias preguntas a los responsables municipales ¿Quién decide las entradas que se reservan para protocolo? ¿Hay algún criterio claro para ese reparto, algún límite, o todo queda a la generosidad del gracioso donante como si esas entradas fueran suyas? ¿Quiénes son los cargos, las instituciones, los organismos o departamentos que reciben esas entrada, para qué personas, y en virtud de qué? ¿Dónde y cómo puede consultar esa información cualquier ciudadano -al fin y al cabo quien financia todo el tinglado-? Aunque también cabría plantearse otras preguntas, retóricas esta vez. Si se destinan más de 800 entradas a protocolo en la sesión inaugural del Festival de Cine, y nada indica que es algo excepcional, sino más bien una manifestación más de lo que viene sucediendo habitualmente ¿Nadie de los que reciben graciosamente esa o cualquier otra entrada se pregunta por qué yo, cuál es mi mérito, debido a qué me toca a mí, qué hice yo para merecer esto...? ¿Alguien la ha rechazado o devuelto o respondido de modo que quien la otorga o concede al menos vislumbre que no está bien todo eso? Seguro que alguien lo ha hecho y posiblemente alguien lo hará, porque todo seguirá, previsiblemente, igual.
Al poeta Claudio Rodríguez, muy cuidadoso y sabio al usar las palabras, no le gustaba nada el protocolo; él lo llamaba "protoculo". A la vista de lo que ocurre, parece claro que acierta. En cuanto hay ocasión, unos cuantos reparten favores y ellos mismos y sus allegados los disfrutan. Al resto, que nos den.
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