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Si te cae un tiro...

13 de Diciembre del 2013 - César Alonso Guzmán (Oviedo)

Tal y como ocurre todas las temporadas de caza en la modalidad de batida, ya ha habido varios accidentes mortales; de momento, sólo con cazadores implicados. En uno de los últimos ha fallecido un chaval de 17 años, y muchos periodistas y opinadores se preguntan si es adecuado que un menor participe en una cacería. Se ve que desconocen no ya la legislación, sino el desarrollo de las batidas.

Un cazador adulto participa voluntariamente en una actividad recreativa peligrosa –y el chaval de 17, auspiciado por un adulto, también–, así que, si ocurre algo como lo que referimos, ellos ya sabían a lo que se exponían. Recomendamos buscar en internet, en portales especializados, los resultados de los accidentes de caza, que no son sólo muertes ni únicamente daños a seres humanos.

El problema grave de verdad es el condicionamiento al que someten los cazadores a los habitantes de los pueblos de montaña. En el artículo en el que el periódico más leído de Asturias recoge el suceso, el último párrafo lo dedica al testimonio de vecinos no cazadores, quienes están hartos de la presencia de los otros y, ante el evidente peligro, prefieren no salir de sus casas los fines de semana. Esto mismo lo oiremos en cualquier pueblo si le preguntamos a cualquiera que viva allí y no sea cazador.

La última gran Ley de Caza es del año 70. A partir de ahí, las nuevas de las autonomías son poco más que meros calcos de aquella, y la nueva Ley que vino a sustituirla, absolutamente deficiente, sobre todo porque, como las competencias en caza son de las comunidades autónomas, ha de ser lo suficientemente laxa como para que cada una haga de su capa un sayo.

En los años 70 y 80, hasta comenzados los 90, la situación cinegética en España era, digamos, estable, aunque claramente se percibía el aumento de algunas especies de las cazables. Es a principios de los 90 cuando se produce un incremento sin parangón de cacerías, debido a diversos motivos. El resultado es que las cacerías se multiplican por un número aún sin calcular. Quien abajo firma lo ha hecho para un período que abarca del 92 al 98, obteniendo unos resultados escandalosos, pero ya se han quedado obsoletos.

Tras lo ocurrido ultimamente, le han disparado a un ciclista, y tanto los cazadores como la regidora de turno han dejado caer la sombra de la irresponsabilidad sobre el tiroteado.

En el norte de España, entre la Cordillera y el mar, las condiciones orogeográficas y la dispersión de los núcleos de población hacen de las batidas una actividad muy peligrosa. Es de lo más común que una cuadrilla merodee alrededor de uno o varios pueblos y caseríos pegando tiros durante toda la jornada. Y como el pueblo no esté muy habitado, que se aposten entre las casas o en las tierras de labor.

Las Leyes, en este sentido, son malas, pero sumadas la falta de vigilancia, las incomodidades y consecuencias de esta modalidad de caza son mucho más de lo que cualquier ciudadano, ajeno a la cacería, tiene que soportar.

Lograr que no penetren los cazadores en una propiedad privada es absolutamente imposible, y que se retiren si uno tiene algo que hacer por los alrededores, o porque le apetece dar un paseo, irse a coger castañas o setas o, simplemente, disfrutar del monte, otro tanto. Lo normal, en estos casos, es que le despachen de malos modos, no sin antes advertirle, como si uno fuese parte de la cuadrilla, que tenga cuidado que igual le cae un tiro. Lo mismo que apuntamos lo sucedido con el ciclista, hemos de recordar que en el borrador para uno de los PRUG de Redes se pretendía que los meros visitantes llevaran chalecos reflectantes.

Una actividad recreativa como es la caza no puede condicionar la vida de todos los demás habitantes, permanentes o eventuales, de los pueblos, ni de los montañeros, seteros, fotógrafos, ciclistas y paseantes, en general.

Quizá, todavía aun después de un puñado más de muertos, o de que se mate a alguien importante, se regule esta actividad como merece serlo.

Debe haber limitaciones más efectivas y seguras respecto a los núcleos de población, respecto al desarrollo de las batidas cuando aparecen otras personas ajenas; debe facilitarse y hacerse cumplir el deseo de los propietarios de tierras de que no se cace en ellas; y, en los casos en que la abundancia de algunas especies sea problemática, como sucede con el jabalí, deben aplicarse medidas extracinegéticas o extrarrecreativas, como se quiera, ya que el Estado no puede dejar la solución de un problema grave en manos de aficionados de fin de semana, quienes, como vemos, son un problema en sí.

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