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Una Misa de gaita para recordar

14 de Noviembre del 2013 - Agustín Hevia Ballina (Oviedo)

El calendario litúrgico romano marcaba para la celebración de la misa la memoria obligatoria de San Josafat, un santo ucraniano, obispo y mártir o testigo de la fe, que en el siglo XVI dio su vida por confesar sus creencias en Cristo, el Señor de la Vida y de la Historia, el único por quien merece la pena perder la vida para lucrarla para la eternidad, vida que el santo obispo entregó cumplidamente por defender las tradiciones de su Iglesia frente a los que querían romper con la memoria de la fe de los antepasados.

Para nosotros, en el hoy de la continuidad, momento importante para la recuperación de una tradición, hondamente arraigada en nuestra médula más ancestral: la Misa de gaita.

Los gnómones de todos los relojes de sol canónicos marcaban la hora de las primeras vísperas. Desde la torre de la Catedral, la Wamba y la Santa Cruz tocaron al unísono el repique convencional, que, en este tal día, quería casi dejar en el aire notas y sones de fiesta mayor. Don fray Jesús, revestido en la sacristía con paramentos pontificales, escuchaba las moniciones oportunas provenientes del prefecto de liturgia, don José Luis, bajo cuya mano e indicaciones discurrirían los rituales de los siglos, que él hábilmente y sin estridencias de protocolo, con levedad de gestos, llevaría al culmen de su realización. Ante lo inusitado de la celebración no permitiría él que ninguno de los ritos y rúbricas que prescribe la liturgia quedara al albur de la improvisación. Oíanse en el aire los sones ponderados de una voz clara y trasparente, nítida y bien modulada, en labios del tenor bien acreditado en los ámbitos de la música asturiana y hasta de la universal, Joaquín Pixán, el hombre que había adoptado por apellido el nombre del pueblo que, en su Cangas del Narcea del alma, lo vio nacer y que ahora templaba su voz ante el reto de llenar hasta lo sumo las altas bóvedas catedralicias.

Subtítulo: Hito histórico para la asturianidad en la catedral de Oviedo

Destacado: La Misa de gaita y la gaita misma, en las ceremonias litúrgicas y en el culto divino que se celebren en nuestra Asturias, estarán como algo vital de nuestra idiosincrasia, como la gran herencia que hemos recibido de nuestros antepasados

La campana del esquilón de la sacristía estaba a punto de sonar. En la torre le respondería el esquiloncillo. El coro de voces blancas de las alumnas de la Escuela Municipal de Música Tradicional de Cangas del Narcea, a los ritmos de su directora, Isabel López Parrondo, ensayaba los últimos matices de los kiries y del credo de la Misa de gaita. El gaitero José Manuel Tejedor daba los últimos tientos al punteru y palpaba preocupado el fuelle de su gaita. ¿Respondería bien a como él la tenía de sobra amaestrada? Su hermano Javier tensaba por última vez la badana del tambor. Los fieles seguían entrando, entre expectantes y sorprendidos, ante el lleno que se avecinaba, entre esperas de ansiedad. Por los cálculos de los ministrantes de la Catedral Metropolitana, pasaban ya del millar y medio las personas asistentes, ávidas de participar en los avatares de día tan histórico. Y la concurrencia seguía en aumento. El deán, don Benito, miraba el reloj preocupado de que se fuera a superar el aforo que permitían la prudencia y la seguridad de los participantes en tan eximia ceremonia, a que él había dado refrendo y anuencia plenos, merecedores de toda prueba de gratitud. Era lo que pocas veces se había visto en los recintos catedralicios. Casi el lleno total.

En minutos sonaría el signo, la señal de la campana, dando inicio a la solemnidad. Los sones de la gaita, con habilidad manejada, parecían incapaces de llenar el sacro recinto, que semejaba haberse acrecentado. El sacristán hacía, por fin, sonar ya el toque de la campana, que con perfecta sincronía significaba que la ceremonia iba a empezar. La procesión de entrada llegaba al altar. La Misa de gaita, con reminiscencias de la gregoriana «Misa de angelis», se iba enseñoreando de las altísimas bóvedas. Era como una conquista pacífica de un recinto en que hoy los sones de la gaita resonaban con libertad y sin cortapisas. Era como una toma de posesión quieta, tranquila y pacífica de todos los ámbitos y entresijos catedralicios.

La Misa de gaita estuvo encabezada y presidida por el arzobispo, don fray Jesús, que tuvo para los asistentes una de sus más hermosas y densas homilías –no será preciso decir que soy fan de la grata literatura en que don Jesús envuelve su palabra armoniosa y bien medida–. Dirigía el ceremonial, como con batuta bien segura, don José Luis, adaptándolo en todo a las rúbricas y rituales más canónicos. Celebrábase la santa misa en el altar mayor de la Catedral Metropolitana. La Misa de gaita estaba traspasando con avance firme las riberas de la canonicidad, hallábase en fase y trance de recibir aquiescencia y espaldarazo plenos, para enarbolar por bandera y enseña los valores de la tradición y de la más honda raigambre de las raíces ancestrales de Asturias en sus relaciones con Dios. Desde hoy la Misa de gaita ha adquirido caracteres de canónica, que es decir lo que se halla dentro de los límites de las reglas, de los cánones admitidos con unanimidad y asenso, casi como una expresión de la fe, profesada por la comunidad, entrándose por las veredas de los usos litúrgicos, conforme a pautas bien delimitadas, pasando a ser el paradigma o modelo a que habrán de adaptarse por doquier en la Archidiócesis ovetense las misas de gaita que cada día adquieren mayor presencia, al ser celebradas en nuestras iglesias parroquiales, en nuestra ermitas y en nuestra capillas con ocasión de nuestras fiestas sacramentales y en las fiestas de la Virgen María o de los santos patronos, que presiden y marcan el vivir de nuestros pueblos, aldeas o villas y que, siguiendo el modelo de la celebrada en la Catedral, pasan a adquirir carta de plena legitimidad.

Desde hoy será un hito histórico para la asturianidad, cual si se tratara de un patrimonio recuperado, avalado por derechos de posesión indubitable, por argumentos irrebatibles y no por mero voluntarismo. La Misa de gaita y la gaita misma, en las ceremonias litúrgicas y en el culto divino que se celebren en nuestra Asturias, estarán como algo vital de nuestra idiosincrasia, como la gran herencia que hemos recibido de nuestros antepasados. Y atención, también podrá sonar la gaita después de la consagración, mientras el sacerdote mantenga elevadas las sagradas especies, en ostensión para la adoración de los fieles del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Sonará en el entretanto que se siga, con los sones de la marcha real, la gaita, como una respuesta prolongada de los fieles a la aclamación del sacerdote: «Éste es el Misterio de nuestra fe», al que seguirá la respuesta asertiva de los fieles y, como un «sostenuto» de ésta, se enlazará el toque festivo de la gaita, uniéndose y continuando la aclamación de toda la asamblea. Así lo hemos visto realizarse hoy en nuestra Catedral, como una pauta, un paradigma a seguir.

Gracias, don fray Jesús; gracias, don Benito; gracias al Cabildo Catedralicio, a la Fundación Valdés-Salas, al Principado de Asturias, a la Universidad de Oviedo, a la factoría Reny Picot y a todos los que, con su mecenazgo o esfuerzo, han contribuido al histórico acontecer de este día en el recinto de nuestra Catedral. Gracias, amigo Joaquín Pixán, por el tesoro de tu voz puesto al servicio de una causa hermosa, la dignificación y puesta de largo, en su estreno de fiesta de solemnidad, de la Misa de gaita, que hoy resonó con sones tan festivos como los habituales del órgano bajo las bóvedas de nuestra Catedral, con una y primordial protagonista, la gaita, que de modo tan expresivo movió en muchos de nuestros corazones vivencias de fe, que en algunos, no pocos, se exteriorizaron en sus ojos arrasados de lágrimas por la emoción ante el sonar de nuestra gaita, que tan bien simboliza y personifica a nuestra Asturias de siempre, a nuestra Asturias ancestral.

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