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En recuerdo a mi abuelo Sevilla...

19 de Noviembre del 2013 - José Roces Delgado (Oviedo)

En recuerdo a mi querido abuelo materno, José Delgado Sevilla, recientemente fallecido, que fue y será un ejemplo a seguir para todos aquellos que tuvieron la suerte de conocerlo. A continuación se menciona un escrito redactado por él mismo en el mes de agosto de 1951, en el cual nos hace una descripción de su llegada por primera vez a Pola de Laviana cuando era practicante.

«Corría el año 1945. Era un atardecer de noviembre, señalado en el calendario con el día cuarto del mes.

»Viajaba por vez primera en ferrocarril de Langreo con dirección a Pola de Laviana.

»En mi imaginación, somnolienta por los efectos de un largo viaje, se iban perfilando, obra de exaltada fantasía, imágenes, campiñas, edificios que semiordenados inconscientemente me hacían entrever la villa adonde me dirigía.

»Fenómeno psicológico que nos hace forjar una idea de algo que ansiamos ver y que a la vez nos impele, con cierto afán de curiosidad, a preguntar a quien sabemos nos puede aportar datos topográficos y urbanísticos que nos ayuden en nuestra labor de composición.

»Así pues, yo ya tenía una visión de lo que era la Pola.

»Pero cuando el tren dejaba a cambio de sus estridentes ruidos paso a un descanso y silencio bien ganado, me percaté de que mi fantasía había sido pobre, mísera.

»No podía comprender cómo en noviembre, en el ocaso del año, se tapizaban aún las praderas con ese verdor de tan variadas tonalidades y cuyos reflejos contrastan con los agudos picachos de caliza que, erguidos, rompen la monotonía de las ondulaciones del terreno.

»Las tolvas de Fradera, instalaciones de Coto-Musel, me habían impresionado por el matiz industrial que le dan a la villa.

»Una larga avenida, ancha, surcada por una vía, aún acentuaba más ese tono.

»El edificio del Ayuntamiento, magnífica pieza de una sobriedad y severidad que me hacían recordar los caracteres del estilo Herreriano, del que me pareció ver una ligera influencia. Delante de éste, una plaza, magnífico "Plateau", donde las tardes domingueras las juventudes de ambos sexos se entregan a bailar bajo los acordes dulces y acompasados de la banda municipal.

»Los habitantes de Laviana, acogedores y serviciales con todo aquel que por vez primera estrecha su mano.

»Los mineros de carácter suelto, abierto, sincero y franco se captaron ampliamente mis simpatías y me hizo apreciar la falsedad y mentira de su fama allende otras tierras, donde se habla de navajas, reyertas sin cuento, sólo propias de una leyenda mal trazada. La soberbia, altiva y señorial Peña Mea, cuando días más tarde, al declinar los rayos solares, parecía cantar melodías de luz y color entre raudales bermejos.

»El río Nalón, nacarado, terso espejo donde se perfila la silueta de una villa que goza de solaz y recreo en sus orillas las tardes del estío.

»¡Qué pobre mi imaginación ante tanta belleza, expresión sublime, portentosa, del destino de un pueblo y de la grandiosidad de un Todopoderoso!

»Y otro día, meses habían transcurrido, digno remate de tantas y tantas emociones, las fiestas de Nuestra Señora. Y dentro de ellas, la procesión de la Virgen del Otero.

»Un cortejo entre penumbras de la noche bañadas por las brisas agosteñas.

»Una masa aniñada musitando una plegaria al trasluz de las antorchas que le daban escolta.

»Y la Virgen, en su desfile triunfal, gozosa descendía desde aquel alto para una vez más recoger las pruebas patentes de la fe de sus hijos que en tal día hacen acto de fiel vasallaje.

»Y mientras yo escuchaba el susurro de tantas y tantas oraciones pletóricas de amor que me hicieron exclamar con estos pobres versos, presos de una rima mal medida:

Virgen Santa, Virgen Santa,

Madre buena del Otero,

venerada en una ermita

cerquita del cementerio.

Patrona de Laviana,

regia villa de mineros,

escucha Tú mi plegaria

que te rezo por los muertos.

»Mientras en lontananza las estrellas titilaban y de su brillo toma su mejor color la Villa que para mí es y era otra patria chica».

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