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Misa en rito hispano en San Julián de los Prados

1 de Diciembre del 2013 - Pedro Fortuny Ayuso (Gijón)

La Asociación de Profesionales Independientes de la Arqueología de Asturias organizó, entre otras actividades dedicadas a la Cámara Santa y su tiempo, una celebración de la eucaristía en rito hispano, en la iglesia de San Julián de los Prados, que tuvo lugar el sábado 16 de noviembre, presidida por don Manuel González López-Corps, arqueólogo y experto en la liturgia de dicho rito.

El interés de esta carta no es el agradecimiento debido a los organizadores por la feliz idea de permitirnos participar del misterio cristiano en el mismo lugar, del mismo modo y con los mismos textos que quienes levantaron tan singular templo. Tampoco es caso de ensalzar la hermosura de las palabras y la elegancia de la celebración llevada a cabo por los celebrantes (y, de modo eminente, por don Manuel), que nos unieron en la oración, más allá de la distancia temporal, a aquellos mismos fieles. No es tampoco la ocasión de encomiar la gran afluencia del pueblo a este magno acontecimiento, pueblo que participó plenamente, haciéndonos sentir cómo el rito primigenio asturiano es tan participativo como la liturgia romana moderna (podría decirse que mucho más, ciertamente). Todas estas cuestiones, que fueron importantes, quedan en un segundo plano ante la realidad de lo que ocurre y ocurrió.

La realidad es que Oviedo, y Asturias en general, son depositarias de un legado que está a la altura de cualquier tesoro cultural mundial y que el evento del sábado marca un momento histórico que espero nos anime a reflexionar en profundidad: al pueblo, a los ciudadanos y a las instituciones, tanto civiles como religiosas.

Pocos lugares en el mundo tienen la carga histórica, la riqueza artística y la perennidad doctrinal de las iglesias prerrománicas asturianas. Tal estabilidad religiosa y celebrativa, la preservación de los ornamentos pictóricos y la conservación física del edificio hacen que estos templos tengan la virtud de unirnos profundamente con quienes más de mil años atrás entraban en ellos y, fascinados por las pinturas y por la extraña luz del Oriente (en la eucaristía) o del Poniente (en las vísperas), rezaban al Dios que trae la salvación en medio de las fatigas y trabajos cotidianos. Quién pudiera desaprenderse de todo su bagaje cultural para así sentir la misma emoción que ellos al traspasar el umbral y verse rodeados de las ventanas y cortinas de la Jerusalén Celeste, que comparte con los viatores el cordero sacrificado. Quién pudiera llorar con el mismo placer al escuchar los cantos sagrados. Qué gran suerte haber compartido con ellos, mil doscientos años después, el lugar, las palabras, la música y el culto. Y, por cierto, qué inmensa alegría afectiva, expresada como esperanza palpable, transmiten los textos litúrgicos hispanos. Qué hermosa, plástica, realista y cariñosa relación con la Trinidad tenía la Iglesia astur, que es la Iglesia de España, en su liturgia sagrada.

Ésa es la realidad, eso es lo que tenemos, este legado hemos recibido. No bastan las palabras, sólo quien ayer pudo estar ahí sabe qué intento expresar.

Por ello, porque sólo quien estuvo lo sabe, surge el deseo de la restauración ritual incoada en el Concilio y uno de cuyos importantes pasos fue la publicación del misal del rito por Juan Pablo II en los años ochenta. La singular celebración de ayer, en el corazón de la Iglesia Particular de Asturias, mueve al anhelo de la recuperación del rito primigenio de esta tierra. Es verdad que hubo un intento de estabilidad en Valdediós, pero soy de la opinión de que este culto merece ser celebrado en todos los templos de esta tierra en que alguna vez lo fue. Y la eucaristía muestra que no sería un esfuerzo baldío.

San Julián de los Prados, San Julián de Viñón, Santiago de Gobiendes, San Salvador de Priesca, San Pedro de Teverga... por citar sólo algunos de los lugares naturales, amén del propio Conventín, son una invitación perenne a reinstaurar esta riqueza que la Iglesia ha vuelto a reconocer y en la que el pueblo astur, felizmente distinguido por ello, merece participar. Y si la falta de clero capaz es un límite hoy día, ciertamente hay medios para resolverlo.

Quieran las instituciones, civiles y religiosas, que esa celebración marque el comienzo de la nueva era del rito hispano en Asturias, la preservadora de la fe cristiana en nuestra tierra española.

Gracias a APIAA, a don Manuel González López-Corps y concelebrantes y al párroco de San Julián de los Prados por esta oportunidad, que seguro será la primera de muchas.

Pedro Fortuny Ayuso, profesor universitario, Gijón

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