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Peregrinación al Vaticano: una vivencia única e inolvidable

17 de Diciembre del 2013 - Rosa y Javier Martínez (Oviedo)

Con toda Seguridad no habríamos decidido acudir a la peregrinación a Roma, organizada por el arzobispado de Oviedo –a través o en colaboración con Viajes Solius– para participar en el Encuentro de las Familias, con motivo del año de la fe, si hubiéramos conocido, previamente y con detalle, su planificación y las visitas programadas, así como los horarios y, sobre todo, la prolija actividad y visitas a realizar, pues todo ello era demasiado amplio y abundante para personas, como nosotros, que estamos frecuentemente bastante repletos y cansados debido a nuestras actividades laborales, por lo que buscábamos más un descanso y relajo, si bien bajo el espíritu religioso, que un frenético viaje de peregrinación. Es por ello que podemos afirmar –al menos en ocasiones como ésta– que es preferible no conocer al detalle lo que uno va a hacer y a lo que se va a enfrentar en la vida, sobre todo cuando el fin que se persigue es más que loable, deseable, recomendable y hasta necesario, para reafirmar y fortalecer el espíritu religioso y, sobre todo, para confirmar y acrecentar la fe, ya que, en definitiva, la experiencia vivida ha sido impresionante, y confirmatoria de nuestra fe, a la vez que nos ha convencido, definitivamente, de que estamos en el verdadero camino, que no estamos equivocados y que debemos perseverar en nuestra creencia religiosa, espiritual, humana, fraternal y familiar.

Dejando aparte las intensas y fructíferas visitas efectuadas a multitud de manifestaciones artístico religiosas –basílicas, iglesias, capillas, monasterios–, así como a impresionantes construcciones civiles –panteones, circos, plazas, esculturas– nuestra asistencia y presencia en la Vigilia vespertina del sábado día 26 de octubre, celebrada en la impresionante e inmensa plaza de San Pedro –no sin antes, durante toda la mañana, cruzarnos con auténticas riadas de peregrinos que acudían entusiasmados a la Vigilia– ha desbordado y superado cualquier previsión, por más ilusionante y esperanzadora que fuera. Ya comenzó el día de forma inmejorable y sorprendente, con la celebración de la eucaristía, a las ocho de la mañana, presidida por nuestro arzobispo, don Jesús Sanz, en la sobrecogedora cripta de San Pedro, ubicada bajo el altar mayor de la basílica del mismo nombre, que preside, con su inmensa fachada, la plaza homónima, celebración eucarística intensa, silenciosa, personal, a la vez que grupal, y acrecentadora de nuestra fe, acompañados por los pétreos féretros de varios antecesores del Papa Francisco.

El domingo día 27, a las siete menos cuarto de la mañana, ya estábamos preparados y ansiosos, todo el grupo de peregrinos, a la entrada de la plaza, esperando conseguir una ubicación privilegiada y lo más cercana al altar –ubicado en la explanada, tras la escalinata de acceso a la basílica–, en el que el Santo Padre comenzaría, tres horas y media después y tras el rezo comunitario del santo rosario, la celebración de la santa misa, quien fue recibido con una ovación cerrada y sincera cuando hizo su aparición en el altar, a la vez que fue interrumpido en varias ocasiones por el irrefrenable entusiasmo de más de 150.000 peregrinos asistentes que, provenientes de todas las naciones de la tierra, abarrotaban la amplísima plaza de San Pedro, y también sus calles adyacentes.

Las palabras del Santo Padre, sobre todo, las de la homilía, referidas, principalmente, a las familias, invitándonos a practicar la oración diaria, dentro de un ambiente y práctica del «Permiso, gracias y perdón», fueron muy claras y concisas, palabras que para nosotros significan fomentar el diálogo, intercambiar pensamientos, ideas, proyectos, problemas y proponer soluciones, a la vez que ser y dispensarse recíproco agradecimiento y perdón, lo que se traduce en vivir en verdadera familia cristiana; las palabras del Santo Padre nos llegaron con la frescura de un cristalino manantial, tal y como si nos estuviera hablando cara a cara, individualmente, en solitario, cual conversación personal, única e inenarrable, además de fructífera, más que suficiente y sobrada; a pesar de estar presentes miles y miles de peregrinos en esa inmensa plaza, el silencio era absoluto –casi se percibía el fino aletear de varias palomas que sobrevolaban nuestras cabezas–; a pesar de dicha multitud, las palabras de Su Santidad eran altas y perfectamente audibles, propagándose a través de una inmejorable megafonía; el lugar y el cielo que se abría sobre nuestras cabezas era inmenso e infinito; y, a pesar de todo ello, sin embargo, tal parecía que nos encontráramos a solas con el Papa, como si se tratase de una audiencia privada, tal y como si estuviéramos a solas con él y ante la inmensidad, cual si nos hablara a cada uno personalmente, de forma directa y profunda al corazón; sin duda alguna, quien no estaba hablando era el mismo Dios , a través de su hijo Jesús, mediante el instrumento personal Papal.

Nuestro arzobispo, don Jesús Sanz, ofició las misas diarias durante las cinco jornadas de la peregrinación, concelebrando la misa papal del domingo; nos acompañó, como uno más, durante toda la peregrinación, nos habló cercano, como si de siempre nos conociera y fuéramos amigos y miembros de la misma familia –que así realmente es–, mostrándose –así, al menos, lo percibíamos– como un verdadero hermano de sangre; sin duda alguna está revestido de una gracia especial.

Mención particular merecen los sacerdotes don Javier y don Manuel, quienes se integraron, como un peregrino más, en el grupo, realizando una labor pastoral espléndida. Tenemos que mentar también a Fernando y a Ignacio, de la Agencia Solius, ambos formidables, cuidándolo todo al detalle, preocupándose de y por cada uno de nosotros, de forma personal e individualizada, interesándose, preocupándose y satisfaciendo todos nuestros requerimientos –que pocos eran, pues ya los cumplimentaban con anticipación.

A todos, pues, anunciamos la buena nueva, animándonos a vivir y realizar actos y peregrinajes como éste, aprovechando para revisar nuestras vidas, reafirmando y fortaleciendo nuestra fe y convenciéndonos de que estamos en el camino verdadero, en el que debemos perseverar, además de proclamar y predicar.

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