El cine enfermo
Corren días en los que también se rasgan las vestiduras desde la industria del cine. Cada cual defiende lo suyo, nada que objetar, y la industria, como tal, no se resume en unos pocos actores de izquierdas que se demuestran afectos en las galas y cuatro adinerados productores y distribuidores, como muchos piensan; hay, bajo la piel visible, un tejido de profesionales técnicos y comerciantes de toda condición que padecen con el derrumbe.
Sin embargo, querría aquí aportar un punto de vista que en los distintos debates a los que asisto no me ha parecido que se pusiera sobre el tapete. Veamos, la bajada de espectadores a las salas tiene sin discusión ninguna causa ni origen en la crisis económica. Convengamos en que el precio de una entrada se podría bajar digamos, a la mitad, pero me da que pasado el efecto gaseoso de los primeros días se volvería a las salas vacías. Resulta que en los años de la orgía abundante un porcentaje muy alto de tales salas fue extraído de los cascos urbanos por las multinacionales e insertado en aparatosos espacios comerciales, eso es un hecho. En cualquier caso, ir al cine se convirtió en un objeto de puro consumo porque interesaba; las salas de comida rápida, los cubos monstruosos de palomitas, las piscinas de globos para los nenes... entonces nadie dijo nada.
Hoy no se puede permitir la mayoría de la gente una salida al cine, que cuesta bastante más que la entrada que se paga por ver una proyección. Nos educaron como consumidores, devoradores de "pop corns" y bidones de bebidas gaseosas con salsa barbacoa; entonces nadie dijo nada porque todos parecían ganar indefinidamente, reír y repartirse premios y galardones. El consumidor ideal es un ser compulsivo que gasta y gasta, deglute y excreta, ahora no pueden hacerle un guiño a la sociedad y pedirle que tenga la sensatez de valorar el aspecto creativo y cultural que es el cine. Cultura, ¿qué es eso? Ustedes querían que fuéramos borregos tragones y lo han conseguido. Demasiado tarde para dar marcha atrás, me parece.
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